"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 16 de julio de 2025
FRANCISCO VÉJAR
Silenciosos y grandes como encinas
Silenciosos
y grandes como encinas
caminamos a través de la tormenta
por sitios que cierran sus puertas
al alba.
La ciudad no es otra cosa
que el sonido del río o las líneas
que garabateamos en el primer trozo
de papel encontrado al azar.
Caminamos
para saber lo que pasa
del otro lado de unas puertas,
para interpretar la mirada de los demás
e ingresar al inmenso oleaje de las cosas
como quien sobrevive luego de una guerra de cojines
al interior del amor filial. Plumas que semejan
a los pájaros de la fidelidad.
Nuestra virtud – por ahora- es saber reír.
Un
ciego es nuestro Caronte
y nos habla de ciertos enigmas
entre el sonido de radios y volutas de humo.
Hay
cierta pesadumbre en puertas y ventanas.
Hebras de sol empiezan a entrar en cuartos sin luz,
mientras miles de personas esperan abrir sus ojos
y abolir lo que es ajeno a ellos.
Estamos
rodeados de una extraña intimidad.
BASILIO SÁNCHEZ
Espacio
Escribo
casi a oscuras,
en las habitaciones
pequeñas de la casa, donde difícilmente
podría caber un hombre.
Me
obstino en la palabra que se dice al oído,
que empaña los cristales,
que humedece los bordes de la página.
Presiento
que un poema
es un ruido que se intuye a lo lejos,
la puerta que se abre al otro lado
de una misma ciudad.
Por
eso cada noche,
después de que el cansancio
consigue disuadirme, dejo sobre la mesa
una vela encendida:
la lámpara votiva de una iglesia sin culto,
desprovista de imágenes.
HERNANDO DE ACUÑA
Al Rey nuestro Señor
Ya
se acerca, señor, o es ya llegada
la edad gloriosa en que promete el cielo
una grey y un pastor solo en el suelo,
por suerte a vuestros tiempos reservada.
Ya
tan alto principio, en tal jornada,
os muestra el fin de vuestro santo celo
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un monarca, un imperio y una espada.
Ya
el orbe de la tierra siente en parte,
y espera en todo, vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra:
que
a quien ha dado Cristo su estandarte
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.
LILIAN SERPAS
Microgramas de niebla
8
Ausencia
en un suspiro
es la pena que lanzo
como flecha al abismo…
De: “Huésped de la eternidad”
DORA GUERRA
Tiempo sin tiempo
I
Nací
un día,
sin después, ni hoy, ni antes.
Nací por un resquicio de la vida
desde un Ay desgarrado por la tarde,
entre un grito impreciso de la tierra
y un asombro celeste de los ángeles.
Nací
con el cansancio de los sueños
que soñaba mi madre,
con el dolor inmenso de preguntas
infinitas que se abren
y la carga tremenda de los siglos
que transcurrieron antes.
Nací
ya desterrada de mi tierra
en ajenas ciudades,
con la mente compleja y preocupada
de herencias de mi padre.
Con
la corriente tierna de mujeres
engendradas de Adanes
y el torrente fecundo de varones
nacidos de su madre.
Nací
con las pestañas doloridas
de llantos ancestrales
y el corazón ya contraído
de ignorados pesares.
Nací,
porque alguien quiso que naciera,
con eterno equipaje:
mi yo, mi tiempo, mi dolor
y mis palabras fáciles.
Nací
ya con mi espacio limitado
por fijos litorales:
con mi trozo de cielo ennubecido
y mi tierra sin mares.
Nací,
por alguna razón de la existencia,
porque los hombres nacen;
porque la vida se busca un pretexto
de resurgir en embriones fugaces.
Nací
por el amor y por el llanto,
con mi dios, y mi piel, y mis pensares.
II
Una
sonrisa húmeda de lágrimas,
Florecida en los labios de mi madre,
me empujó al porvenir, ya balbuceando
la palabra de todos los lenguajes.
El
agua del bautismo me bendijo
con antiguas señales,
poniéndome en la entraña sumergida
lámparas que siempre arden.
Entré
en contacto con la madre tierra
por mi cuerpo de lastre.
Luego
fui vertical: como los hombres,
como las cruces y como los árboles.
El
número purísimo en la escuela,
me introdujo en el aire
y abrí la sinfonía del sonido
con las cinco vocales.
El
ojo mío se encendió a la luz
con los siete colores primordiales
y descubrió la sombra, siempre unida
a cada rayo en que la luz se halle.
Y
entré en el catecismo
con sus siete pecados capitales.
Después
me vino el verso.
Sin sentirlo,
como viene la tarde:
con un recuerdo azul de la mañana
y la promesa de una noche grande.
Pero
mi verso se acercó a la noche
poblada de puñales
y se olvidó de la mañana azul
con sus dulces paisajes.
Lo
revestí de sombra dolorida
Y le dí de beber mi propia sangre.
Y
aquí estoy yo. Clavada sobre el mundo,
con mi carga infinita de tristeza,
con mi canto sombrío,
con mis ayes.
III
Y he
de morir
un día sin después,
pero con hoy y antes.
He
de morir, porque los hombres mueren,
porque lo quiere Alguien.
Dejaré
para el paso de otros ríos
el surco de mi cauce,
y el peso de los tiempos y mi tiempo
sobre los hombros frágiles.
Yo
dejaré el legado de mi cielo
y mis dulces paisajes,
dejaré mi dolor para los tristes
Y mi sed y mi hambre.
Dejaré
la corriente de mis venas
en humanos canales,
mis oscuros sentidos a la tierra
y mis sueños a los árboles.
Dejaré
el grito lívido
que la muerte me arranque.
Y
dejaré, a los hombres que me escuchen
mis voces en el aire.
IV
Qué
ligera seré ya sin mis venas,
sin mis ríos de sangre,
sin mis ojos de barro entristecido,
sin mis pies terrenales.
Que
liviana me iré yo por el viento
cuando todas las horas se me acaben.
Y ya
no habrá después.
Ni habrá hoy.
Ni siquiera habrá un antes.
Yo
sola iré en mi viaje sobre el tiempo
hacia el eterno instante.
Y
llegaré a la luz, fuente de luces,
negadora de sombras y de males.
Generadora de hombres
y propulsora de astros y de aves.
Y
seré yo la luz, junto a la luz
en la continua aurora de los ángeles.
JUAN CARLOS ONETTI
Lo Malo
Lo
malo
no está en que la vida promete cosas
que nunca nos dará;
lo malo
es que siempre las da
y deja de darlas.