Tiempo sin tiempo
I
Nací
un día,
sin después, ni hoy, ni antes.
Nací por un resquicio de la vida
desde un Ay desgarrado por la tarde,
entre un grito impreciso de la tierra
y un asombro celeste de los ángeles.
Nací
con el cansancio de los sueños
que soñaba mi madre,
con el dolor inmenso de preguntas
infinitas que se abren
y la carga tremenda de los siglos
que transcurrieron antes.
Nací
ya desterrada de mi tierra
en ajenas ciudades,
con la mente compleja y preocupada
de herencias de mi padre.
Con
la corriente tierna de mujeres
engendradas de Adanes
y el torrente fecundo de varones
nacidos de su madre.
Nací
con las pestañas doloridas
de llantos ancestrales
y el corazón ya contraído
de ignorados pesares.
Nací,
porque alguien quiso que naciera,
con eterno equipaje:
mi yo, mi tiempo, mi dolor
y mis palabras fáciles.
Nací
ya con mi espacio limitado
por fijos litorales:
con mi trozo de cielo ennubecido
y mi tierra sin mares.
Nací,
por alguna razón de la existencia,
porque los hombres nacen;
porque la vida se busca un pretexto
de resurgir en embriones fugaces.
Nací
por el amor y por el llanto,
con mi dios, y mi piel, y mis pensares.
II
Una
sonrisa húmeda de lágrimas,
Florecida en los labios de mi madre,
me empujó al porvenir, ya balbuceando
la palabra de todos los lenguajes.
El
agua del bautismo me bendijo
con antiguas señales,
poniéndome en la entraña sumergida
lámparas que siempre arden.
Entré
en contacto con la madre tierra
por mi cuerpo de lastre.
Luego
fui vertical: como los hombres,
como las cruces y como los árboles.
El
número purísimo en la escuela,
me introdujo en el aire
y abrí la sinfonía del sonido
con las cinco vocales.
El
ojo mío se encendió a la luz
con los siete colores primordiales
y descubrió la sombra, siempre unida
a cada rayo en que la luz se halle.
Y
entré en el catecismo
con sus siete pecados capitales.
Después
me vino el verso.
Sin sentirlo,
como viene la tarde:
con un recuerdo azul de la mañana
y la promesa de una noche grande.
Pero
mi verso se acercó a la noche
poblada de puñales
y se olvidó de la mañana azul
con sus dulces paisajes.
Lo
revestí de sombra dolorida
Y le dí de beber mi propia sangre.
Y
aquí estoy yo. Clavada sobre el mundo,
con mi carga infinita de tristeza,
con mi canto sombrío,
con mis ayes.
III
Y he
de morir
un día sin después,
pero con hoy y antes.
He
de morir, porque los hombres mueren,
porque lo quiere Alguien.
Dejaré
para el paso de otros ríos
el surco de mi cauce,
y el peso de los tiempos y mi tiempo
sobre los hombros frágiles.
Yo
dejaré el legado de mi cielo
y mis dulces paisajes,
dejaré mi dolor para los tristes
Y mi sed y mi hambre.
Dejaré
la corriente de mis venas
en humanos canales,
mis oscuros sentidos a la tierra
y mis sueños a los árboles.
Dejaré
el grito lívido
que la muerte me arranque.
Y
dejaré, a los hombres que me escuchen
mis voces en el aire.
IV
Qué
ligera seré ya sin mis venas,
sin mis ríos de sangre,
sin mis ojos de barro entristecido,
sin mis pies terrenales.
Que
liviana me iré yo por el viento
cuando todas las horas se me acaben.
Y ya
no habrá después.
Ni habrá hoy.
Ni siquiera habrá un antes.
Yo
sola iré en mi viaje sobre el tiempo
hacia el eterno instante.
Y
llegaré a la luz, fuente de luces,
negadora de sombras y de males.
Generadora de hombres
y propulsora de astros y de aves.
Y
seré yo la luz, junto a la luz
en la continua aurora de los ángeles.
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