jueves, 11 de septiembre de 2025

JORGE RAFAEL VIDELA


 

VANIA VARGAS

 


Yo también quería una cruz en Sad Hill

 

 

Esta es una fotografía mental en la que aparezco

recostada sobre una cruz de madera

que casi me llega al pecho

 

En ella está pintado mi nombre

con trazos descuidados y amarillos

Vania              Vargas / es todo lo que dice

 

Y yo sonrío mientras miro hacia el Este

por donde también se extiende el campo lleno de cruces

de similares desconocidos

 

Sonrío como nunca lo haría un vaquero

mientras mira al horizonte

donde sabe que solo hay peligro / polvo y sed

 

Pero estoy imaginando / y uno puede asegurar

que es rudo y sonreír

al lado de una tumba hipotética en medio del páramo

ubicado a varios metros del centro empedrado

para el duelo que Leone soñó

en el cementerio de Sad Hill

 

El fotógrafo / otro amable desconocido

empieza a tomar su distancia

mide con un ojo casi cerrado / como el de los jinetes italianos

la fuerza de la luz

y se desplaza un poco más / caminando lentamente

 hacia atrás

 

Un pájaro solitario grazna

desde la copa de un árbol cercano

 

Yo miro hacia el Este y sonrío

mientras tarareo a Morricone

 

La cámara está lista

Yo también

 

Dispara

 

 

AMBROSIO GALLEGO

 

  

Junto a un cuerpo 



Es que hace tanto tiempo que está solo,
traspasando tu cuerpo dormido a su lado,
esperando tu voz como una sirena
antiaérea en la noche.
¿por qué desapareces
sin llevarte tu cuerpo,
sin señalarle a tiempo los peligros
de mantenerse cerca, vivo sin tu amor?
Todavía no sabe soñar solo,
ni salir de los cuerpos vacíos. 

 

De: “Amor maduro busca”

 

 

DARÍO RUIZ GÓMEZ

 

  

Corazón vacío

 

 

Corazón, alcanzado por la quietud del arroyo invernal, mudo ante
la itinerancia de las sombras que hace el medio día y se
dilatarán confiadamente hacia los mantos de estrellas, hacia los astros
que rubrican el confín arrobado. Corazón, enunciado mismo de
aquello que ha sobrevivido al caer de los días bajo la ruina de la
profecía: túmulos de arena que fueron el templo de una promesa
no cumplida, vagos senderos de hayas tapizados de hojas
rojizas, corazón que sobrevives en los arrabales urbanos
entre el acre olor del aceite quemado y los palimpsestos de
nuevas desdichas, corazón asomado al agua turbia de
las calles vejadas por los criminales: escucha corazón los
pasos del niño que huye, escucha corazón el agitado pecho
de la madre que borra sus huellas al enemigo
De todos los días.

 

 

JUAN JOSÉ CEREZO MANCHADO

 

  

La sed que nos separa

 

 

Solo hay silencio en esta habitación.
Siento una soledad tan infinita
que dudo de si existo.
No acierto a conocerme.
No percibo ni el eco de mis pasos.
Me descubro en el fondo de un profundo vacío
donde ya no me aguarda ni el auxilio de Dios.
Él está destruyendo todo en mí.
Sin embargo, me ahoga
una sed innombrable
que me arrastra despacio hasta un triste destino.
Esta sed infinita,
a la que tan en vano me abandono,
ni siquiera me sacia con su impulso constante,

pues tan solo conduce a seguir más sediento
de tu clara presencia.
Esta sed que es mi escudo,
mi último bastión, mi único sendero conocido,
me separa de ti.
Llévatela, muy pronto, mi Señor,
que no quiera aferrarme a su desdicha,
y quede libre para ir a tu lado
con la fe verdadera del que no tiene nada.

 

De: “El canto del Ney”

 

 

JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS

 

  

Al compañero de la última fila de la clase

 

 

Se sentaba siempre en la última fila de la clase.

En la última silla,

al lado de la última ventana.

 

Era el primero en llegar.

Todos los días.

Puntual como la hoja de un calendario.

 

Desde el primer día había roto el orden cuadriculado

que imponía el alfabeto heredado de nuestros apellidos,

ese orden cambiante por las lecciones de la obediencia,

que nos enredaban a base de premios y de castigos.

 

Nunca pensé que podría olvidar su nombre,

ese nombre

que repetía tan solo por el placer

de saberlo a todas horas entre mis labios…

pero lo he olvidado.

 

Nunca imaginé que su cara llegaría a confundirse

con la de esos otros compañeros que

siempre

sonreían

ante el gesto desesperado de un golpe en la espalda…

pero así ha sucedido.

 

Pero aún hoy,

como si

siempre

hubiera sido hoy,

sigo sintiendo la misma emoción al entrar en clase

y verle allí,

sentado en su pupitre,

esperando,

con esa ropa que le estaba

siempre

demasiado grande,

con ese chándal que cubría

siempre

el tacto de sus piernas.

 

Era el primero en sonreírme por las mañanas.

El único.

 

Nunca he dejado de amarle.

 

Nunca he dejado de mover la silla

y mi pupitre

para verle

a cada momento,

entre clase y clase,

para imaginármelo mientras terminaba un problema

y ponía la cifra insultante al final del cuaderno.

 

Aunque ya no recuerde su nombre,

ni su cara,

ni su sonrisa,

y mucho menos el tacto efímero de sus manos.

 

Fue mi primer amor,

el primero de tantos deseos silenciados,

el primero con quien sentí la necesidad de permanecer cerca,

de juntar nuestros labios tan solo para respirar su aliento.

 

Seguro que por aquellos años le escribí poemas de amor.

Mis primeros poemas de amor.

 

Aún hoy se los sigo escribiendo.

  

De: “El hombre que yo amo”

 

 

NELSON ROMERO GUZMÁN

 

 

Gourmet

 

 

Hay cosas que a veces me obligan a desaparecer.
Por ejemplo, el deseo de comer gente
Hace que me meta hasta el centro de las multitudes
Y al rato la multitud
Casi que ha desaparecido por completo.
Sólo dejo por fuera algunas personas de mal sabor
No aptas para una buena culinaria
Y en completo desprestigio para el paladar
De un buen cocinero
Que desaparece de sus asuntos personales
Para lanzarse a la calle con su cuchillo
Y entrar a la multitud,
Como lo viene haciendo hace años
Cuando descubrió en su oficio
Que la carne de cerdo ya no es tan grata a los paladares
Como otros cortes superiores.
Por estos días han desparecido muchas personas
Y los restaurantes están repletos.
Esta fama me ha convertido en un hombre virtuoso,
En el cocinero perfecto,
Experto en una carne superior al cerdo.
Sobre los desaparecidos se dice poco,
Están bajo una capa de silencio casi obligado.
Mi traje blanco de cocinero no delata sospechas
Entre los comensales, y a la hora de preparar las carnes
Soy más ángel que asesino.
No despierto ninguna sospecha
Entre los miembros del cuerpo de seguridad del Estado
Que en las horas más lúgubres llenan el restaurante.
Mis comensales preferidos no sospecharán
De un ángel con un cuchillo
En un restaurante.