"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
jueves, 11 de septiembre de 2025
VANIA VARGAS
Yo
también quería una cruz en Sad Hill
Esta
es una fotografía mental en la que aparezco
recostada
sobre una cruz de madera
que
casi me llega al pecho
En
ella está pintado mi nombre
con
trazos descuidados y amarillos
Vania
Vargas
/ es todo lo que dice
Y yo
sonrío mientras miro hacia el Este
por
donde también se extiende el campo lleno de cruces
de
similares desconocidos
Sonrío
como nunca lo haría un vaquero
mientras
mira al horizonte
donde
sabe que solo hay peligro / polvo y sed
Pero
estoy imaginando / y uno puede asegurar
que
es rudo y sonreír
al
lado de una tumba hipotética en medio del páramo
ubicado
a varios metros del centro empedrado
para
el duelo que Leone soñó
en
el cementerio de Sad Hill
El
fotógrafo / otro amable desconocido
empieza
a tomar su distancia
mide
con un ojo casi cerrado / como el de los jinetes italianos
la
fuerza de la luz
y se
desplaza un poco más / caminando lentamente
hacia
atrás
Un
pájaro solitario grazna
desde
la copa de un árbol cercano
Yo
miro hacia el Este y sonrío
mientras
tarareo a Morricone
La
cámara está lista
Yo
también
Dispara
AMBROSIO GALLEGO
Junto
a un cuerpo
Es
que hace tanto tiempo que está solo,
traspasando tu cuerpo dormido a su lado,
esperando tu voz como una sirena
antiaérea en la noche.
¿por qué desapareces
sin llevarte tu cuerpo,
sin señalarle a tiempo los peligros
de mantenerse cerca, vivo sin tu amor?
Todavía no sabe soñar solo,
ni salir de los cuerpos vacíos.
De: “Amor
maduro busca”
DARÍO RUIZ GÓMEZ
Corazón
vacío
Corazón,
alcanzado por la quietud del arroyo invernal, mudo ante
la itinerancia de las sombras que hace el medio día y se
dilatarán confiadamente hacia los mantos de estrellas, hacia los astros
que rubrican el confín arrobado. Corazón, enunciado mismo de
aquello que ha sobrevivido al caer de los días bajo la ruina de la
profecía: túmulos de arena que fueron el templo de una promesa
no cumplida, vagos senderos de hayas tapizados de hojas
rojizas, corazón que sobrevives en los arrabales urbanos
entre el acre olor del aceite quemado y los palimpsestos de
nuevas desdichas, corazón asomado al agua turbia de
las calles vejadas por los criminales: escucha corazón los
pasos del niño que huye, escucha corazón el agitado pecho
de la madre que borra sus huellas al enemigo
De todos los días.
JUAN JOSÉ CEREZO MANCHADO
La
sed que nos separa
Solo
hay silencio en esta habitación.
Siento una soledad tan infinita
que dudo de si existo.
No acierto a conocerme.
No percibo ni el eco de mis pasos.
Me descubro en el fondo de un profundo vacío
donde ya no me aguarda ni el auxilio de Dios.
Él está destruyendo todo en mí.
Sin embargo, me ahoga
una sed innombrable
que me arrastra despacio hasta un triste destino.
Esta sed infinita,
a la que tan en vano me abandono,
ni siquiera me sacia con su impulso constante,
pues
tan solo conduce a seguir más sediento
de tu clara presencia.
Esta sed que es mi escudo,
mi último bastión, mi único sendero conocido,
me separa de ti.
Llévatela, muy pronto, mi Señor,
que no quiera aferrarme a su desdicha,
y quede libre para ir a tu lado
con la fe verdadera del que no tiene nada.
De: “El
canto del Ney”
JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS
Al
compañero de la última fila de la clase
Se
sentaba siempre en la última fila de la clase.
En
la última silla,
al lado de la última
ventana.
Era
el primero en llegar.
Todos
los días.
Puntual como la hoja de un calendario.
Desde
el primer día había roto el orden cuadriculado
que
imponía el alfabeto heredado de nuestros apellidos,
ese
orden cambiante por las lecciones de la obediencia,
que
nos enredaban a base de premios y de castigos.
Nunca
pensé que podría olvidar su nombre,
ese
nombre
que repetía tan solo
por el placer
de
saberlo a todas horas entre mis labios…
pero
lo he olvidado.
Nunca
imaginé que su cara llegaría a confundirse
con
la de esos otros compañeros que
siempre
sonreían
ante
el gesto desesperado de un golpe en la espalda…
pero así ha sucedido.
Pero
aún hoy,
como si
siempre
hubiera
sido hoy,
sigo
sintiendo la misma emoción al entrar en clase
y
verle allí,
sentado en su
pupitre,
esperando,
con
esa ropa que le estaba
siempre
demasiado
grande,
con
ese chándal que cubría
siempre
el
tacto de sus piernas.
Era
el primero en sonreírme por las mañanas.
El
único.
Nunca
he dejado de amarle.
Nunca
he dejado de mover la silla
y mi
pupitre
para
verle
a cada momento,
entre
clase y clase,
para
imaginármelo mientras terminaba un problema
y
ponía la cifra insultante al final del cuaderno.
Aunque
ya no recuerde su nombre,
ni
su cara,
ni
su sonrisa,
y mucho menos el
tacto efímero de sus manos.
Fue
mi primer amor,
el
primero de tantos deseos silenciados,
el
primero con quien sentí la necesidad de permanecer cerca,
de
juntar nuestros labios tan solo para respirar su aliento.
Seguro
que por aquellos años le escribí poemas de amor.
Mis
primeros poemas de amor.
Aún
hoy se los sigo escribiendo.
De: “El
hombre que yo amo”
NELSON ROMERO GUZMÁN
Gourmet
Hay
cosas que a veces me obligan a desaparecer.
Por ejemplo, el deseo de comer gente
Hace que me meta hasta el centro de las multitudes
Y al rato la multitud
Casi que ha desaparecido por completo.
Sólo dejo por fuera algunas personas de mal sabor
No aptas para una buena culinaria
Y en completo desprestigio para el paladar
De un buen cocinero
Que desaparece de sus asuntos personales
Para lanzarse a la calle con su cuchillo
Y entrar a la multitud,
Como lo viene haciendo hace años
Cuando descubrió en su oficio
Que la carne de cerdo ya no es tan grata a los paladares
Como otros cortes superiores.
Por estos días han desparecido muchas personas
Y los restaurantes están repletos.
Esta fama me ha convertido en un hombre virtuoso,
En el cocinero perfecto,
Experto en una carne superior al cerdo.
Sobre los desaparecidos se dice poco,
Están bajo una capa de silencio casi obligado.
Mi traje blanco de cocinero no delata sospechas
Entre los comensales, y a la hora de preparar las carnes
Soy más ángel que asesino.
No despierto ninguna sospecha
Entre los miembros del cuerpo de seguridad del Estado
Que en las horas más lúgubres llenan el restaurante.
Mis comensales preferidos no sospecharán
De un ángel con un cuchillo
En un restaurante.
