El vuelo de los fresnos
Los
fresnos cuando vuelan eligen ser semilla
despliegan
a sus costados finas plumas
alas
traslúcidas, naves efímeras
que
se lanzan en espirales al vacío.
Los
fresnos cuando vuelan elevan blancas velas
planean
entre las trémulas ramas de otros fresnos
buscando
en el paisaje una señal de permanencia
el
espacio luminoso en que su sueño germine.
Cuando
deciden volar, los fresnos visitan sus raíces
beben
de la humedad de la tierra el impulso
para
el gran salto final, para el inicio
de
su nueva travesía más allá del infinito.
Algunos
viajan apenas a unos metros
y en
cuanto caen se clavan presurosos en el suelo
satisfechos
por la proximidad del linaje
estallan
de alegría en blancos pétalos.
Otros
viajan de forma indefinida
perdidos
en la batalla de los vientos
tan
lejos que no renuncian nunca
al
deleite de ser siempre semilla.
Lo
cierto es que ya casi
nadie
cultiva fresnos
se sabe
que los fresnos
se
cultivan a sí mismos.
Un
poco de luz y lluvia bastan
un
suelo firme
para
desplegar entre sus flancos
su
promesa de futuro.
Quizás
los fresnos no lo sepan
pero
poseen una fuerza
latente,
contenida
en
un espacio diminuto.
Todo
el poder de un bosque
condensado
en la semilla
la
intensidad del sol
en
cada brote.
Años
después quizás los fresnos
verán
volar veleros desde sus latitudes
recordarán
el primer salto
evocarán
su semejanza con las nubes.
Son
indistintos los frutos de los fresnos
intacta
fresnitud ser bosque o ser semilla
lo
único vital es que los fresnos
recuerdan,
ejecutan y replican
la
técnica de vuelo de los fresnos.
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