No
intento explicarte lo que no he de nombrar
Entre
el primer silencio, el silencio clínico, y el biológico, el Gran Silencio,
median de 4′ a 15′. Toda la vida en los 11′ de ese tránsito que no he de
nombrar.
Una
transfusión de niebla, esterilizadas bolsas de plástico que contienen niebla,
su goteo rítmico, implacable, encontrar una vía: y la niebla entra en ti
suavemente a través de esa aguja finísima inyectada con precisión en tu cuerpo,
niebla que sustituye a la sangre de las venas, que la usurpa, niebla fluyendo
ahora por las mismas arterias que segundos antes aún eran recorridas por el
vivo líquido rojo.
Las
grúas en el horizonte de la ciudad como un electrocardiograma urbano.
(Que alguien contempla desde su ventana en la habitación del hospital.)
La llovizna en los campos de lavanda, las olas compasivas con los náufragos.
(Que no puede ver desde la ventana en su habitación del hospital.)
Rodillas que se rozan bajo una mesa, desviar la mirada, volver a los
diecisiete.
(Que alguien evoca en la cama de su aséptica habitación del hospital.)
Nada
tendrá entonces el movimiento de la vida, nada, sólo un trémulo escalofrío
-desmemoria del primer tacto, olvido de un nunca bailado rap-. El
estremecimiento, la débil luz boreal del estertor. Y sí las olas compasivas con
los náufragos, sí las grúas urbanas como un skyline de metálicas
jirafas amarillas, sí la lluvia en los campos de lavanda, volver, sí, volver a
los diecisiete… Y lo demás, todo lo demás, que tan sólo es ya etcétera.
De:
“Matar poetas”
No hay comentarios:
Publicar un comentario