La
niña de los cabellos blancos
A María Asúnsolo
Su olorosa actitud de gato
En
momentos desaparece:
Se
hace pequeña y enmudece
Y se
diluye en su retrato.
Las
niñas bonitas que atan
con
moños blancos sus cabellos
juegan
a las canas con ellos
y
los pintores la retratan.
Así
se vuelven tiempo y arte,
y
algunas tardes del verano
se
charla con ellas en vano:
son
su imagen y están aparte.
Así,
huyendo a menudo el trato
humano,
el amor, el presente,
María
vuela de repente
Y se
refugia en su retrato.
Sale
de él por las mañanas
Para
negocios de importancia,
Mas
siempre prolonga su infancia
Atándose
un listón de canas.
Sobre
la palma de mi mano
Caben
su vida y su destino:
Es
la niña y es el felino
Y
llora un hijo, astro lejano.
Cuando
en la mujer se transforma
su
cuerpo es lánguido e inquieto;
quizá
la aman en secreto
los
muebles que guardan su forma.
Y
cuando la nostalgia sube
A
sus ojos como marea,
Es
Venus, quizá Galatea
Coronada
por una nube.
Son
su misterio y su dilema
Esta
felina languidez
Y el
retrato de su niñez,
Y no
existe perla o diadema
ni
brillantes que más la alhajen
ni
le den más finos destellos
que
el blanco hoy de sus cabellos,
pintado
listón de su imagen.
Su
cuerpo de línea etrusca
es
elástico y ondulante,
tiene
la gracia electrizante
y
sabe lo que el hombre busca.
En
esta postura indolente,
cuando
el deseo la circuye,
su
vida no saciada afluye
y
quema paulatinamente.
Mezcla
el álcali con la miel
y
reanima a los paralíticos,
pero
tiene amigos políticos
y
lee a Marañón y Amiel.
María
quisiera cambiar
el
destino que la limita:
ser
Valentina o Adelita
y
viajar en tren militar.
Pero
aunque cautiva el olfato
y
aunque su cabeza fascina
por
voluptuosa y florentina,
yo
la prefiero en su retrato,
cuando
guarda silencio y vuela
del
mundo en que acecha y razona
y a
la ternura se abandona
y ya
no calcula o recela;
cuando
desdeña al fin los blancos
masculinos,
el interés,
la
política, y sólo es
la
Niña de Cabellos Blancos.
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