Un
cuento de hadas
Una
noche otoñal, allá a lo lejos,
había
un río seco y lleno de guijarros,
y
había también un sol
que
brillaba y brillaba.
Más
que un sol era una especie de sílex,
una
especie de polvo de un ser extremo,
qué
brillante era ver cómo brillaba
mientras
emitía un sonido leve.
Hete
que en ese instante se posó una mariposa sobre un guijarro
despidiendo
una sombra
tenue
y, al mismo tiempo, clara.
Al
poco rato, la mariposa dejó de verse y descubrí que el lecho,
que
no arrastraba nada, había empezado, no sé cuándo,
a
arrastrar una corriente de agua que brillaba y brillaba.
De:
“Abrazado a las estrellas”
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