XXXI
Junio llega ante la casa montado en su animal de agua. La casa tuvo sed y la
sació con sus cerraduras atesoradas. Ahora la casa ama a la mujer de paso
rápido y muslos adolescentes. Junio la convence y la atrae adosada a un pedazo
de cometa. La casa se fragiliza. El poeta la ayuda y ambos se fortalecen. Ayarí
se emociona con voz secreta. Frutos y caramelos atardecidos otorga el hombre
barbado a la mujer que ama el mar. Yo también amo al mar y los ojos de las
gaviotas y un trozo de madero en la playa.
Me enaltece el deseo que siento por Ayarí. Se lo confieso a la casa y ella lo
comunica. El deseo mío fecunda su cuerpo, vuelve más ferviente su desnudez, sus
pupilas se disparan en bandadas, su respiración encabrita los luceros y esta
mujer me desborda su cariño arrastrado por la ola del encantamiento vital.
De: “La casa que me habita”
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