viernes, 4 de noviembre de 2022

WILFREDO CARRIZALES

 

 


XXXI



Junio llega ante la casa montado en su animal de agua. La casa tuvo sed y la sació con sus cerraduras atesoradas. Ahora la casa ama a la mujer de paso rápido y muslos adolescentes. Junio la convence y la atrae adosada a un pedazo de cometa. La casa se fragiliza. El poeta la ayuda y ambos se fortalecen. Ayarí se emociona con voz secreta. Frutos y caramelos atardecidos otorga el hombre barbado a la mujer que ama el mar. Yo también amo al mar y los ojos de las gaviotas y un trozo de madero en la playa.
Me enaltece el deseo que siento por Ayarí. Se lo confieso a la casa y ella lo comunica. El deseo mío fecunda su cuerpo, vuelve más ferviente su desnudez, sus pupilas se disparan en bandadas, su respiración encabrita los luceros y esta mujer me desborda su cariño arrastrado por la ola del encantamiento vital.

 

De: “La casa que me habita”

 

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