miércoles, 25 de enero de 2023

IGOR BARRETO

 

 

El pequeño lápiz

 

 

I

La poesía enseña
el amor por los lápices.
El lápiz que apenas puedes
sostener con la mano
y escribe garabatos
sobre la página blanca
como indecisos caminos
que suben una montaña.
Cómo es posible que un lápiz
vaya desde la altura
de un objeto nuevo
hasta convertirse en algo como un niño
que dice cosas a medias.
Por qué
el tiempo
invertiría el orden
en la forma de este objeto.
Acaso un lápiz no debería elevarse
con el paso de los años
y finalmente llegar a ser
algo nuevo:
una hermosa varilla pintada de amarillo
y no un palito
de pequeño zapato negro.
He reunido mis antiguos lápices
en una caja:
pareciera que duermen
o se abrazan
en la misma ronda
que ahora recuerdo.
 
 

II

Un lápiz ya desbastado
por el uso
puede compararse
con la vida de un hombre.
Sería
eso que llamamos un «lapicito».
Su carne se acumula en los depósitos
de mina y madera del sacapuntas.
Esta es la vida de Gabriel,
ahora,
a los setenta años
«Gabrielito»:
pequeño lápiz despuntado, achatado o quebrado,
lapicito.
Cuántos renglones
tendrías el valor de escribir
si hoy permaneces en la gaveta de tu cuarto,
en tu casa humilde
que ya no tiene borrador
y las paredes perdieron el fulgor de la pintura
laqueada en amarillo.
Qué será de ti,
eso me pregunto.
 
 
De: “El Muro de Mandelshtam”

 

 

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