Los desheredados
Marchan
por callejones aún oscuros
antes de amanecer, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Expulsados del sueño de la vida
errando un día más hasta el trabajo.
Y
vienen, van arriba;
abajo van y vienen
en las iguales y plomizas fábricas.
Dan gracias de ser libres
—qué hermosa es la mentira
si la verdad acaso no es más bella—
y vuelven sonrientes a sus bloques
de patios comunales.
El
cielo queda sólo a cinco números,
un precio escaso para
vencer la insobornable soledad,
la larga tempestad de sus tribulaciones.
Se oye el rasguido de boletos rotos…
—aún no se ha secado la camisa—
¡Hay que ir a trabajar!
Salen
de casa, vuelven,
ya sea hacia delante o hacia atrás,
no hay tiempo, irredimiblemente avanzan;
sea arriba o abajo,
no existe redención, se van hundiendo.
Da igual la hora, el día,
no hay ayer, no hay mañana:
el pasado no es digno de recuerdo,
el futuro ya no es una promesa.
Marchan
por los oscuros callejones
entrada ya la noche, entre cascotes
de fragmentados vidrios.
Y sólo algo tienen en común:
la miseria en sus vidas.
Como
un cortejo silencioso avanzan
errando un día más hasta el trabajo.
De: “La mala conciencia”
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