Ensayo
sobre la Rosa
Unas rosas re-raras oh
Oscar
Hahn
1
Busco
siempre rosas raras para mis floreros de barro. Rosas que borren la tinta gris
y los colores exagerados del cielo. Rosas que no lloren pero que sientan el
vacío de los largos patios de la memoria, las puertas que se han cerrado y
esperan una mano para volver a vivir. La lluvia nos moja sin saberlo, y la rosa
piensa que tiene voz de oro, no sabe que es sonido de una silaba incolora.
2
Los
mirlos le carcomen su pecho colorado y siente un dulce dolor inexplicable. La
rosa de la ciudad es distinta a la rosa del campo. Una es mundana y le gusta la
noche, los avisos luminosos y la gente que la mira con prisa. La otra es como
la tinta verde de los geranios y conoce el cielo como su propia muerte. Por eso
tal vez siempre busco rosas raras para mis floreros de arcilla: rosas más
calladas, menos presuntuosas, rosas de bosque o de patio privado.
3
En
una época fui repartidor de rosas. Llevaba belleza a las casas. Alegraba los
corazones de la gente, y muchas veces vi prenderse las ilusiones tras las
puertas y las ventanas. Algunas veces llevé rosas a los cementerios donde la
muerte se confundía con la hermosura de la hierba. También traje rosas en
floreros de barro, tal vez por eso me atraigan tanto las macetas, los tulipanes
y los pistilos de Georgia.
4
Mi
madre es una rosa llena de ríos. Hermosa curiosidad su piel: una perfecta
combinación de canela con miel, sólo comparable con los interminables campos de
Chulucanas. Mi madre es una rosa de noventaiseis pétalos bien dispuestos por el
algarrobo y el mango. Cada espacio en su lugar: la voz que entona canciones del
novecientos y el corazón abierto como una manzana. Es la rosa más bella
de mi jardín.
5
En
otra época coleccioné una exquisita variedad de rosas. Mis hijas fueron las
rosas más bellas de California. Las rosas no caen ni se mueren, en cambio, se
levantan como un roble cuando quieren, son el sol y la sombra de cada día: la
trenza de las niñas, el sol del ingrato azar.
6
A
veces pienso en la rosa de Blake y su gozo carmesí, o en los mares interiores
de la rosa de Rilke y sus cámaras ardientes respirando el orificio de una tarde
vana. Aquí mi lámpara de hierro no sofoca mis inquietudes, ni la ceniza ni la
piedra estropea mi fe. Mas allá de todo están las rosas bermejas de Milton y de
Borges rozándoles la cara mientras miran un cuadro del Bosco. Después de todo
el camino es la piedra o la ceniza.
El florero nos suplica: déjame ver la ceniza, después la rosa.
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