XXV
En
la quinta estación,
la del olvido,
se detiene el coloquio de las sombras.
El
invierno pasó,
muerto de frío.
Nadie se acuerda ya de su blancura.
Atrás,
el tiempo se ha tendido,
muerto,
a no saber, a no soñar, a nada.
Y
aquí están los viajeros.
Los de siempre:
—¿Quién
eres tú?
¿De dónde?
¿Y a qué vienes?
Calla
el viento en las copas de los árboles,
y nadie quiere responder.
Primero
fue el otoño,
antes que el hielo.
Y en remolino de oro
dejó caer sus pétalos.
—¿Quién
eres, di, quién eres?
Y
anteayer,
el estío,
lanza y fuego.
La panoja dorada, el sol ardido,
el amor en la palma de las manos,
la brasa cenital del mediodía.
—Te
pregunto tu nombre
y el origen
de tus pies, de tu frente, de tus ojos.
Tiembla
en el cielo oscuro,
arriba,
lejos,
una rosa de plata.
—¿Mi
nombre?
¿Tuve yo un nombre, acaso?
¿Y en qué tiempo?
En
la más alta rama,
abre el búho tenaz su ojo de vidrio.
De:
“Sólo la voz”
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