La rosa, el cardo y el sapo
Dijo
la rosa, meciéndose con orgullo en su tallo: “Yo soy bella, el jardinero me
abona y poda todas las ramas para que mis flores sean hermosas. Tú, Cardo
triste, no tienes belleza, por eso te arrancan de nuestra casa. Y tú, Sapo,
tampoco no tienes ninguna gracia, que yo sepa… sólo sé que en nuestras fiestas
de aromas y colores desarmonizas con tus cantos destemplados.”
El
cardo dijo: “Es cierto, Rosa, que eres bella y aromada, pero tu vida es corta.
Es verdad que a mí me arrancan de tu jardín, pero así como tú creces y tienes
quién te cuide, yo en el campo también tengo mucho más: el rocío me riega y los
gorriones, haciendo en mí sus nidos, me embellecen. De vez en cuando el tiempo
me adorna con borlas de colores.”
“No
canto bien y soy feo”, dijo el sapo, “pero soy el que te cuida cuando el
jardinero duerme, para que los animales dañinos no rompan tus raíces.”
El
cardo dijo: “¿Ya ves, Rosa, que todos tenemos cualidades y defectos? Tú tienes
aroma y belleza, pero además tienes espinas. Yo también las tengo y no soy
bello, pero doy sombra. Somos los seres que en la quietud agradece el alma. El
sapo es feo, pero es humilde, y tiene la gracia de hacer burbujas de colores en
el agua del charco. Ya ves, amiga, no hay que ver las apariencias; ya que todos
los seres y las cosas tiene algo, y ese algo hay que buscarlo primero, antes de
hablar.”
De: “Poemas de mi soledad”
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