Abierta
Tu
cuerpo, Madre, apenas llegado, decía:
Estoy
ausente.
A
esto le he llamado escribir.
María
Negroni, El corazón del daño
La
puerta está abierta mientras
la
animala simbólica lee poesía y toma un té,
la
puerta, abierta.
Abierta
está la puerta,
de
par en par, cínica
como
una mala broma.
La
mujer observa y estudia el significado,
claro
que inquieta que la puerta esté abierta.
Se
puede meter:
un
demonio, un nahual, un fantasma,
un
tipo de vampiro hasta ahora innombrado.
Se
puede meter un desconocido,
un
sádico, un fanático religioso.
Puede
llegar sin avisar un aire enfermizo,
un
grito ajeno.
La
mujer lee en formato digital
el
dolor de una poeta y su madre,
es
poesía el dolor de ambas,
la
pregunta por la ausencia,
la
creación de sentidos en el vacío,
y es
poesía la puerta, riente,
que
debe estar cerrada.
Y a
la hora de dormir, es decir, cualquier hora,
la
mujer cierra la puerta,
como
lo ha hecho ya innumerables veces
que
ésta se ha abierto.
No
más preguntas,
ni
creación alenguada.
Después
de cerrada la puerta,
la
mujer con su dolor y el de la poeta
y el
de sus madres,
se
dirige a la cama,
la
guarida fría que necesita
para
que todas ellas descansen.
Soñar
para dormir,
para
no estar ni con el dolor
ni
con la madre
ni
con la puerta que se abre.
Sueña
que está en su casa
y
todo es cotidiano,
llano,
hermoso.
Las
voces de todas ellas
son
ahora tranquilidad sibilante.
Podría
ser una belleza imperturbable,
hasta
que comete un error.
La
mujer, en continuo retorno
de
los ángeles que no alcanza,
curiosa,
se
asoma por la ventana,
ojo
luminoso hacia fuera.
Con
horror observa la entrada principal,
es
intolerable:
la
puerta está abierta.
Y
cualquiera puede meterse.
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