Escultura
Ese
cuerpo, tú no lo posees.
Tú
no lo eras, ese cuerpo, cuando entraste de pronto
en
mi cuarto, y te sentaste en mi silla.
Tu
cuerpo, esa visita incierta, vino
como
una sombra adornada por tu ropa
y se
desnudó para aislarse en su propio rincón.
Déjalo
en la confusión de los tiempos
y
aléjate
quiero
descubrir su secreto
dialogar
con él por medio de mi boca y mis manos
para
que evoque su infancia
la
edad previa a los recuerdos
las
palabras que no fueron pronunciadas
los
torbellinos de sangre alegre de la juventud
olvidando
mañana, su aurora y su tarde.
Si
fuera un tigre hambriento
le
daría una copa de vino
y
encendería fuego en la chimenea.
Si
fuera una yegua desatada
con
sus crines al viento
la
seguiría en el espejismo
y la
buscaría hasta el fin de los tiempos
para
regresar con ella
pero
sin domarla:
¿cómo
atrapar un relámpago?
¿cómo
encadenar la brasa del alma?
Sin
embargo, bailo con ella toda la noche
hasta
el amanecer cuando ella revive
como
mármol despierto,
desligada,
libre,
feliz
en un tiempo eterno,
revelando
su corazón y buscando su deseo
perdido
en las tardes y los jardines solitarios
dibujando
con su desnudez interior
imágenes
que aparecen una tras otra
sobre
sus miembros
como
los velos transparentes de sombra y de luz
que
caen en lluvia de crepúsculo sobre sus hombros
y
hacen como que respiran sobre ese cuerpo al que visten y
/desvisten.
Cada
vez que el cuerpo extiende una pierna
o
suspira o descubre su blanco pecho
o
acaricia su cabellera negra
el
tiempo se detiene un instante
y
retoma su ritmo
cubriendo
de sombras las frescas colinas
y de
luces las cimas
como
una fuente que corre
se
vuelve transparente sobre los guijarros
y
sombra entre las sombras
haciéndose
espuma
finalmente.
Le
he dicho al cuerpo cuyo ardor se ha calmado durante la noche
y
que se ha vuelto una idea en mi cabeza:
–Vuelve
a ser lo que eras, mi dueño.
Pero
aquello que fue nunca regresa.
Versión
de Jean-Clarence Lambert y Rodolfo Alonso
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