Aeropuerto
I
A Antoine Cassar.
(La Chiva Parrandera)
A
través de la ventana del metrobús
vi
pasar una “chiva parrandera”.
Trata
de imaginar
un
autobús como una enorme muda de escarabajo.
Visualiza
que dentro del caparazón vacío y fosforescente
hay
veinticinco cuerpos que interpretan en cámara lenta
una
versión desvirtuada de alguna danza acrobática del lejano oriente;
una
coreografía de Butoh con tragos de tequila,
vasos
de ron y margaritas.
Ahora
trata de imaginar “la chiva”
en
el pico del tráfico de una ciudad invertebrada.
En
el aeropuerto de Schiphol,
mi
mochila despertó las suspicacias de los aduaneros.
El
escáner reveló una mancha inusual en el interior de la bolsa.
“Son
libros”, dije.
“¿Eres
musulmán?”, me respondieron.
Quise
contestar que no, pero en lugar de eso respondí:
“¿Qué
importa la religión?”.
“¿De
la India?”, me preguntaron,
quise
responder que no,
pero
me puse a pensar en mi bisabuela de Bengala
con
su zari rojo,
que
la hacía ver como una guacamaya de piedras preciosas
revoloteando
en el claroscuro de su jardín de cactus;
en
mi bisabuelo que leía El Ramayana en la posición del loto,
en
el crepitar del Roti cuando se quiebra entre mis manos
como
un corazón demasiado joven,
y en
los muchachos hindúes que venden sábanas y perfumes
y
caminan todo el día por veredas inhóspitas
y
que al cruzarse conmigo me saludan en árabe o en hindi.
“Soy
panameño”, contesté al final.
Y el
aduanero preguntó si yo sabía de los buses discotecas
que
circulan por ciudad de Panamá,
que
era lo más increíble
que
unos amigos de él habían experimentado en Latinoamérica.
“La
chiva parrandera”,
le
lancé en español.
“Sí,
eso”.
Y
continuó moviendo los labios
como
un actor de cine mudo,
mientras
sus dedos como animales ciegos
se
perdían entre mis libros.
Yo
solo pensaba en que faltaba poco
para
mi próximo abordaje,
que
por esa vez no podría ver mi reflejo con semblante de época
en
las aguas del Herengracht;
que
en ese momento, en la casa de Rembrandt,
frente
a los cuadros inmortales,
alguien
lloraría al descubrir
que
la belleza es sobre todo oscuridad
en
la que se condensa un resplandor enfermo.
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