La
tentación de San Antonio
Los
nervios de mi cuerpo se alzan como campos de espinas,
Campos
sangrantes de lapas y zarzas de nudos.
Mi
médula entona una misa roja de efebos tonos de fístula.
En
el canal de mi médula borbotan deslaves de cerros y piedras inquietas.
Mi
cabeza cuelga hacia adelante llena de sangre.
Ralo
cabello verde sabandija sobre el cráneo se elonga.
Muros
torcidos, casas torcidas.
Hordas
de tábanos silban y destellan por el cuarto.
Los
muros recibieron las pústulas y se desmenuzan.
Doctores
con altos gorros rodean la enfermedad y la cubren con vendajes.
Ocho
yardas sobre la puerta está el fantasma de la peste con cascabeles.
Tomo
impulso para el golpe. ¡Ayuda! No ablanda. Una nube amarilla.
Gritos
al cielo. ¡Demencia! ¡Demencia!
Vuelan
ciudades escarlatina. Verdes oasis. Hilos de luz. Soles de negro traqueteo.
El
suelo vibra. Se hunde una cubierta verde.
»¡Ahí
está él!« Me amordazan, muecas de negro, rodilla en mi peritoneo.
Cuerpos
humanos, apretados sobre el suelo, huyen y saltan
Desnudos
y enérgicos, con vibrante contoneo de sierpe en los pasillos.
Un
silbido de cien mil sirenas de vapor brama sobre los puertos.
Tipos
con varas de bambú sobre y a través de plazas y torres.
Desbandadas.
Machacones. El aire supura. Revienta la luz. Estrellas fijas perdidas en
cuarteles.
Y
siempre el golpear de los gritos, desde abajo, como de calderas infernales.
Y
siempre el verdigrana, rubíamarillo estruendo en zigzag voluptuoso.
Mis
manos rebeldes se aferran a una columna del templo.
Alguien
vocifera: ¡Obscenidad! Otros saltan de la sien de las ventanas.
El
estallido desgarra ciudades enteras. Los monjes budistas en sillas de loto,
arriba
a la izquierda, regordetes e hinchados, abuelos de la apatía,
Ríen
y se abanican y giran la panza, aquí y allá con manos castigadas
y
estallan de alegría craneal llena de arrugas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario