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Cada
noche, ya sin cerebro y toda sentimiento, vestigio fértil de mujer, deshago el
día bajo la luz intermitente de un faro que salva sin moverse, únicamente
siendo, igual de inmutable que cuando le naufragan delante, naufragios
mastodónticos, aquí nadamos sobre vajillas y pianolas recubiertas de musgo. Yo
misma temo a veces volverme pecio, aunque tan denostado como está en la ciencia
de la navegación, qué eficaz es el bote del deseo. Atisbo costa, pero no quiero
llegar a ella con mi cultura, imponerla y colonizar, transformar mi sueño
virgen en otra ciudad con los mismos dioses. Todas las que fui, es decir, todas
las que soy, reman conmigo. Una ventaja que adquirimos con la edad es que ellas
pueden ser nuestra genealogía. Yo que provengo de una estirpe de señoras
perlosas, nos prefiero con creces. Formamos una banda pirata bastante temible.
La torpe, la triste, la mentirosa, la infiel, la poeta, la enamorada, la
furiosa, la zorra, la incoherente, la amada, la madre, la hija con escalofríos,
la osada, la perseverante y la perseguidora de ballenas. Habla el mar espumoso.
Poco más tengo yo que decir.
De:
“Todas mis palabras son azores salvajes”
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