Este
oficio de ser Dios
-Para
Alfredo Zaldívar-
Alguna
vez, debajo del álamo con las ramas violetas; somnolento
mientras miraba las hojas cayendo en espirales al vacío
y convertidas de pronto en figuras de jóvenes desnudas
Me han propuesto ser dios:
Dotado de una suma de poderes;
pero me pregunto como puedo anular
el apetito del homicida hacia ese zumo, color rojo
la fiebre de la mujer temblorosa de sexo
por otras jóvenes criaturas
Cómo extinguir en el anciano sediento
oscuras sensaciones ante el terso muchacho
quien ofrenda sus nalgas: tibios melocotones en la playa
Qué gesto hacia el árbol atravesado por finos alfileres
mojando ramas y frutos al caer desde remotas regiones
o como soportar la pureza de cristales que dibujan la luz
en mis pardas pupilas
cuando miro a través de las ventanas el mar.
Este
oficio de ser dios. Me asfixia la eternidad
Testigo invisible cada noche
del vibrar de infinitas cerillas
taladrando un oscuro aliento que lo circunda todo
mientras no se detiene la caminata sobre un espacio creciendo cada minuto
desde el inicio de los Tiempos hasta su término jamás.
Realizo
un primer milagro:
Extiendo este minuto un milenio completo
Después quiero poner en estas briznas de hierba
un poco del olvido o de la indiferencia de estos peatones
que colocan en un paso delante del otro, sobre el asfalto de la calle
partes pequeñas de sus vidas, disipándose en el éter
y acumulando la desesperación y la duda dentro de mí.
Mayo 8 del 2004
De:
“Un transeúnte cualquiera”
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