Quieres
alzar la mano
Quieres
alzar la mano
hacia las torres que florecen sobre la niebla.
Derribada,
permanece en la grama
junto a las azucenas marchitas por el cierzo.
Perdió el oro la espiga,
y en el hilo trenzado que sujeta la sombra
juegan fosforescencias del hálito rebelde.
Ya del templo no quedan sino muro y techumbre;
sólo búhos que anidan un adiós prolongado
se aferran en el eco de sus ayes al símbolo.
Aire que sopla con arenas de tumbas,
llama, golpea, toca con insistente ritmo la piel exangüe.
Exánime, presiente que el día va a morir, tenebroso de nubes.
Los pastores regresan con quena y caramillo.
El arrebol que hace tornar los cisnes manchará los tapiales,
y los ríos solemnes, irisados de pájaros,
propagarán aullidos en la corriente roja.
Las anémonas beben el agua funeraria:
el mar irrumpe, el fuego las embriaga, el vino de la sangre.
Y en la grama, los pétalos bermejos danzan.
En la sombra del templo fulguran los vitrales.
La sal de ayer fue derramada.
El día que agoniza nos da su luz, oh noche anunciadora.
La mano yerta se entibia de caricias.
Recogerá en el alba el carmín de las rosas,
savia sangrienta arriba, ¡a conquistar las torres!
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