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Antes
de perder el cabello tenía la barba abundante con un bigote dorado como la luz
del sol. En sus ojos cabía el Báltico y el vaivén de sus olas. Las gaviotas de
Ross descansaban en sus arqueadas cejas y de su torso se desgarraba un tigre
impreso con las fauces abiertas. No recuerdo el tiempo, pero se convirtió en un
ser desdentado, con las alas marchitas y una herida como si tuviera el sol
aprisionando su pecho.
De: “Al amor también lo devoró la luz”
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