Camaleón
(I)
La
habitación coge fiebre y la noche es la manta de retales. Primero el reclamo
después los temblores, así aguardamos las espaldas vueltas el uno hacia el
otro.
Dos arcos tensados.
Yo
podría, sí, aplastar tu espina dorsal
como plástico de burbujas.
Probablemente acabemos por perder toda sustancia aquello que en las cosas
cambiantes es permanente pero todo cambia y nada
sigue
igual a sí mismo, también nosotros
nos volvemos distintos, más lentos
nos salen escamas en las paletillas.
Enroscamos cada uno la lengua, llenamos la boca
de un disoluto callar. En el terrario la camaleona arde en silencio. Va tomando
el color de unas mejillas después de copular
de hombres que en vacaciones solo escriben postales a su bar habitual. Un rojo tal que hace que cualquier tonalidad parezca pudor.
De:
“Camaleón”
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