La
ciudad es hermosa tras la lluvia.
Una
red de reflejos
va
escribiendo en los charcos la alegría.
Se
podría decir que llueve
a la
memoria de mi padre.
Con
las aguas me voy
a lo
que está muy lejos. Salgo
al
campo
(venid
conmigo ahora si queréis,
acompañadme)
y
ahí está de nuevo él
tan
joven,
de
pie sobre una roca,
fumando
un cigarrillo.
Un
poco más allá,
entre
el pozo y la higuera, estoy yo.
Hundo
las manos en la tierra
buscando
un río
o
vuelo por las ramas de un almendro
que
hace años nadie poda.
Con
la mirada sigo a nuestros galgos,
su
líquida carrera hacia la noche.
Vámonos
ya -me dice-. Es tarde.
Vamos,
Andrés.
Se
nos ha hecho
muy
tarde.
Recoge
lo que queda de este día
y
vámonos.
De: “El gran amor”
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