La
enfermedad de Lord Chandos (III)
El
yo y sus adherencias
Ha
existido siempre un mundo habitado por arañas
y otro mundo muy distinto
que permite volar a los insectos.
Pero hay también otro mundo donde ambos coexisten:
en la tela de araña los dos mundos se funden
y uno queda en el otro deglutido.
Cajas
con poemas no escritos…
Bastaría
que creyésemos lo que la araña nos cuenta,
adherirnos a la idea que hace del yo un ser obeso.
La
consistente herencia de lo estéril
fecunda el triste erial del egocéntrico.
El
lenguaje entra en combate contra su propia trinchera.
Wittgenstein
se dio cuenta al final de su obra:
«De lo que no puede hablarse,
de lo que hay que callar»…
Pero Heidegger nos dice:
«La poesía es la instauración del ser con la palabra».
¡Qué difícil saber a qué atenerse!
¿El silencio debería ser la primera palabra?
En
el lenguaje ha nacido un nuevo y grave silencio
que ya no se consigue interrumpir:
«Cuando ya no nos queda nada,
el vacío del no quedar
podría ser al cabo inútil y perfecto».
Si a
esa nada le damos el tiempo necesario…
Hay
demasiados poetas y somos muy resistentes
al mal que aqueja a Lord Chandos.
Su enfermedad debería ser mucho más contagiosa.
Pero desgraciadamente
el silencio nunca exige ser la primera palabra.
«¿Para qué sirve la muerte?
¿Para qué sirve el sabor del café?
¿Para qué sirve el universo?
¿Para qué sirvo yo?»
¿Quién me sabe responder?
Sobre el silencio vuela una zozobra
incapaz de abrazar la realidad.
Y yo
continúo trazando renglones entrecortados
sobre un telar de palabras.
Escribiendo
para poder recordar otros
futuros.
Viviendo
para olvidar.
¿Para qué sirvo yo?»
Por fin la última palabra es el silencio.
De:
“El lenguaje de las cosas mudas”
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