miércoles, 17 de septiembre de 2025

ROGELIO SAUNDERS

 

 

Berlín infuturos

 

 

Las grandes ruedas se detuvieron

pero el odio continúa.

En el poema más perfecto

es falsa una línea.

Berlín: ciudad abierta.

En la oscura madeja avanzan

lentos-rápidos trenes.

No somos (nunca seremos)

como ellos.

La rubia de labios morados

saluda desvergonzada al general

disfrazado de cameraman.

En el arco invisible donde hubo la mano

aún vendrán los ataúdes.

Los borrachos con grandes vasos de cerveza

en equilibrio sobre el amasijo de cerámica.

Ellos no son (nunca serán)

como nosotros.

Salvo

que no hay ningún ello

o un nosotros.

Sólo el no-ello

y el no-nosotros.

Los rieles con las cabezas cortadas

y los edificios de hielo.

En la niebla negra de los campos

grandes ratas retozan

con un hilo de sol en los dientes

afilados

allende el rosáceo levitón

que restalla en la cuenca de lija del ojo.

El ayer es ese humo

que despiden los canalizos.

Los patios ensobrasados de historia

donde lo histórico

es la desaparición.

Íbamos por estas calles cenizosas

como fantasmas pisoteados

por lo imposible.

Las antenas ahora se levantan como uñas

en la carne sin forma de los edificios.

El cielo es el gran vacío-ojo de hebras rojas

que de golpe puede

tragarlo todo.

Continúa el comic,

las figuras a punto de cruzar una avenida

y las grandes vigas balanceándose

perpetuamente entre el azul

horriblemente falso de los cristales.

Continúa la gran risa

como una gran rueda

que nada puede detener.

Los gigantescos obreros que Marx edulcoró

son la materia prima del fascismo.

El gran cielo de Berlín

es como la boca insaciada

del futuro.

Los pequeños hombres mueven sus antenas

de hormigas

contra el fondo aguachiento

de la ausencia del mar.

Es pues imposible volver

y todo espera

como en ninguna otra parte

el golpe promisorio de la ruina.

El viento arrastra los rostros como hojas.

El carnaval en blanco y negro

no cesa

y puede oírse el galope de caballos

a través de las mudas puertas

no destinadas a cerrarse.

El gran viento perpetuo

arranca los calendarios de la pared.

El viento-tiempo es un continuo

de dos dimensiones

idéntico al paso amarillo

de un tranvía.

Ese que saluda allí

colgado en 1930

no ha muerto todavía.

Me mira y sé

que me conoce, apretujados

ambos,

ojo con ojo

en este andén de 1880.

Es imposible volver

pues no hay historia

a la que volver.

Ella es (falla o clinamen)

irremisible.

El discurso es el sobrante

que baja por los canalizos.

Los ojos y manos

también

vencidos

por el golpe de insomnio

de la ruina

y por el cielo

que no tiene fin.

Es ese fin sin fin

hacia el que todo

fuga

lo que mantiene

la risa perpetua

y el incesante martilleo,

los habladores parapetos

del carnaval,

el arlequín de ceño despejado

con la cabeza partida en dos

como una marioneta

del kabuki.

Sabido es así que subir al tren

no significa dirigirse

a ninguna parte.

Bajo el cielo no redondo

no hay partes.

Sólo la anárquica partición

del mediodía,

la catastrófica desmesura

de lo histórico.

Aquí, donde todo es medida,

reina la alucinación perpetua

del homo.

La historia coincide

con el gran vacío

del cielo

que se repite en el embudo dejado

por cada edificio.

Todo fuga, continuo.

Todo se descamina sin regreso.

La falla o corte

no destruyó nada

sino que lo mostró todo,

ni falso

ni verdadero.

Abierto a lo abierto, fugacidad continua

de lo sólido.

Los ojos golpeados por la luz

son como los cuerpos grandes ruedas.

El cielo rueda y fuga.

Los campos ruedan y fugan.

Los pasajeros apresurados

ruedan y fugan

centrifugados

por la velocidad,

alzados y diseminados

por los infuturos.

La sombra de la gran máquina

desciende con los desesperados

despojada de sí misma

a donde todo es despojo.

Todo continúa

enlistado por la falla

ni cerrada ni abierta.

Lo fabuloso es esta

prostituta que espera

en pleno día

ni cerrada ni abierta.

Oh homo, grita el humo

tan lejano del homo.

El cielo abierto grita

y no hay tragedia,

no hay historia ni rostro.

Sólo la pequeña música que susurran

las ruedas dentadas.

El cuchicheo-mordisqueo

al fondo de los teatros.

Los vastos paisajes

desmenuzados por el viento.

El golpe de semen de la gota

contra la ventana.

 

Los rieles, los rieles, los rieles.

 

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