El
ojo
Mi
maldito abuelo no nos daba de comer.
Cuando
queríamos leer apagaba la luz.
Se
sentaba en el cuarto invisible
frente
a la chimenea y bebía. Murió cuando
yo
tenía siete años y mi abuela jamás se puso
al
lado de nadie contra él,
la
luz del fuego en su cara roja y fría que
se
reflejaba más intensa en su ojo de vidrio.
Hoy
pensé en ese ojo de vidrio, y en cómo
de
noche en la gran cama matrimonial
dormía
de cara a su mujer, y en cómo el agujero
fláccido
donde había estado su ojo se abría
hacia
ella sobre la almohada, y en cómo yo era
una
cuarta parte de él, un hombre brutal con un
agujero
para un ojo, y una cuarta parte de ella,
una
mujer que no protegía a nadie. Soy su
sexo,
también su hijo, su cama, y debajo
de
la cama la trampilla del sótano, con
sus
barriles de manzanas frescas, y
en
alguna parte de mí también está el camino
hacia
el arroyo que fulge en la oscuridad, una
manera
de salir de allí.
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