Estabulación
del Buey Apis
para Carlos Loreiro
Se ha hecho ya medianamente tarde y el viento
da una costumbre avara a los manteles.
Si todavía alguien quisiera trabajar los cuchillos,
cansar la corteza de los quesos o dar aquel sorbo que
sobra
a una conversación vencida, deberá hacerlo ahora, con
esta luz,
venir
a la mesa de lo mayores, mover su poca silla al lugar
donde las voces ya han escogido su timbre y practican
la seguridad alegre de lo pronunciado.
Pero veréis: todo lo que se oiga en esta hora difícil
pagará con su tierna entonación
la altísima cuenta, la cifra larga de todo lo que hasta
aquí
hemos dicho.
En alguna parte alguien deja correr el agua, hierve un
cazo,
y la grasa
se va soltando de los platos.
Insistir, desistir, pedir más pan para otra tanda
es simular un camarero absurdo
para hacer pelotas de miga con los dedos:
el humor no acierta si no es precisa ya la puntería, y no
hay
esculturas nobles en los pasillos del cansancio. ¿En qué
cesta
te traerán la hogaza que no alimenta?
Tratar de pensar el día será decir los lugares en los que
te detuviste:
la hornada del día con niños ardiendo,
la opacidad advertida, las geometrías disímiles que has
visto
en algunos coches de ferrocarril, en la subida,
en tu regreso a la calle en Sant Pau,
la contabilidad facilísima de amigos en los trabajos de
arriba –dos–
y haber pensado en Carlos Loreiro en Madrid
cuando te habló de su amor en San Petersburgo y de la
abolición
de la capa gascona por orden de algún rey –el rey no lo
recuerdas–,
y haber pensado también que, en caso de escribir hoy un poema, mencionarías de pasada
a Carlos. Eso, y el anuncio de una película con
Fassbender
encapuchado y todavía héroe homérico, pura
pieza de ajedrez tallada sobre el nombre de una madera
oscura que no sabes o crees quizá saber aunque
esa convicción caerá con la consulta de un precioso libro
de láminas.
Desatender, atender estos asuntos, decírmelos en la edad
y sus palomas,
no será una omisión, tampoco un episodio de malos
modales.
Quienes conmigo se sientan a esta mesa apenas me habrán
visto
agacharme y ajustar un poco más el nudo de los zapatos.
Cuando me levante, porque desde luego querré levantarme,
pisar fuerte será un deseo, sí. Por eso
he decidido ignorar mis lecturas de agricultura,
los métodos sobre el terreno, los muchos previos ensayos de tipo general que indican
que andamos sobre la tierra por humildad del suelo,
que el provecho de esta andadura a quien más nos asimila
es al cerdo proverbial.
Sí, así lo he dispuesto todo para mañana por la mañana.
Como esas mujeres del poema en Montale, el cántaro bien
alto,
más cerca de la sed. Traer nuevas sartenes negras.
Iré con cuidado, revisaré el sermón de tapa dura.
Le he quitado sol a la ternera más puta del rebaño,
la que peina el través de la cerca, la que se envalentona
con la invención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario