martes, 19 de octubre de 2021

UNAI VELASCO

 


 

 

Estabulación del Buey Apis

para Carlos Loreiro

 

 

Se ha hecho ya medianamente tarde y el viento

da una costumbre avara a los manteles.

Si todavía alguien quisiera trabajar los cuchillos,

cansar la corteza de los quesos o dar aquel sorbo que sobra

a una conversación vencida, deberá hacerlo ahora, con esta luz,

                                                                                           venir

a la mesa de lo mayores, mover su poca silla al lugar

donde las voces ya han escogido su timbre y practican

la seguridad alegre de lo pronunciado.

Pero veréis: todo lo que se oiga en esta hora difícil

pagará con su tierna entonación

la altísima cuenta, la cifra larga de todo lo que hasta aquí

hemos dicho.


En alguna parte alguien deja correr el agua, hierve un cazo,

y la grasa

se va soltando de los platos.

Insistir, desistir, pedir más pan para otra tanda

es simular un camarero absurdo

para hacer pelotas de miga con los dedos:

el humor no acierta si no es precisa ya la puntería, y no hay

esculturas nobles en los pasillos del cansancio. ¿En qué cesta

te traerán la hogaza que no alimenta?


Tratar de pensar el día será decir los lugares en los que te detuviste:

la hornada del día con niños ardiendo,

la opacidad advertida, las geometrías disímiles que has visto

en algunos coches de ferrocarril, en la subida,

en tu regreso a la calle en Sant Pau,

la contabilidad facilísima de amigos en los trabajos de arriba –dos–

y haber pensado en Carlos Loreiro en Madrid

cuando te habló de su amor en San Petersburgo y de la abolición

de la capa gascona por orden de algún rey –el rey no lo recuerdas–,

y haber pensado también que, en caso de escribir hoy un poema, mencionarías de pasada

a Carlos. Eso, y el anuncio de una película con Fassbender

encapuchado y todavía héroe homérico, pura

pieza de ajedrez tallada sobre el nombre de una madera oscura que no sabes o crees quizá saber aunque

esa convicción caerá con la consulta de un precioso libro de láminas.


Desatender, atender estos asuntos, decírmelos en la edad y sus palomas,

no será una omisión, tampoco un episodio de malos modales.

Quienes conmigo se sientan a esta mesa apenas me habrán visto

agacharme y ajustar un poco más el nudo de los zapatos.

Cuando me levante, porque desde luego querré levantarme,

pisar fuerte será un deseo, sí. Por eso

he decidido ignorar mis lecturas de agricultura,

los métodos sobre el terreno, los muchos previos ensayos de tipo general que indican

que andamos sobre la tierra por humildad del suelo,

que el provecho de esta andadura a quien más nos asimila

es al cerdo proverbial.


Sí, así lo he dispuesto todo para mañana por la mañana.

Como esas mujeres del poema en Montale, el cántaro bien alto,

más cerca de la sed. Traer nuevas sartenes negras.

Iré con cuidado, revisaré el sermón de tapa dura.

Le he quitado sol a la ternera más puta del rebaño,

la que peina el través de la cerca, la que se envalentona con la invención.

 

 

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