La
ligera seda del advenimiento
Mara
suspira sobre los hilos acomodados en el alféizar de palo de rosa.
Preferiría
mirar hacia el fuego.
Es
terriblemente difícil decidir cuándo el jardín ha muerto.
En
diciembre el lago es mudo.
No
quedan hojas y no hay viento que las agite.
Ella
dirá después que la luz en Somme era como eso.
Mara
suspira sobre las madejas.
No
es ni niña ni mujer.
Su
hermano está uniformado.
No
hay nadie con quien caminar en la mañana.
Su
madre siempre la ha dejado sola.
El
periódico está prohibido.
El
ángel estará bordado, pronto, para las plegarias vespertinas.
Después
de eso no habrá más costuras.
Al
principio las agujas eran hechas de hueso.
El
ángel vendrá por la tarde.
Después
ella conocerá el valor de la precisión.
A
las dos de la tarde, dirá una y otra vez.
Su
hermano no estará perdido entonces.
Él
escribe que está aprendiendo a fumar y pulir botones.
Ella
se levantará del fuego.
Caminará
lentamente de regreso al alféizar.
Sabrá
entonces que las manos del ángel son mudas.
Los
ojos han desaparecido.
Hay
calcetines de seda que nunca bordará para él.
El
lago está seco, como hueso.
El
ángel es terriblemente hermoso.
Ella
no será capaz de llorar.
Versión
de Luis David Palacios
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