Ha
quedado de ti sólo el suspiro.
Un
inmenso suspiro tenebroso
que
te destroza el pecho hasta la ingle.
En
la nariz el tubo del oxígeno
y la
bolsa de hielo en la cabeza.
Ya
no salen las gotas del goteo,
con
fiebre de cuarenta ya dos días,
el
cuerpo frío, las uñas moradas.
Se
agarra fuerte a ti la miserable,
exhibiendo
su rictus victorioso
en
el silencio incrédulo del cuarto.
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