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Mortem
Ángeles degollados puse al pie de tu caja
y te eché encima tierra, piedras,
lágrimas, para que ya no salgas.
Jaime Sabines.
Tanta rigidez de huesos,
navajas cortando el aire.
Tu carne, comida para gusanos,
lo único, después del trueno.
Tu
cuerpo se desintegra en la hora del llanto.
La diástole y la sístole no corren más
como esos viejos relojes de mi casa.
-Tanta
quietud en tu cuerpo tibio-
Ausencia,
ingravidez de lo no terreno,
la nada…
cuencas vacías en esos que fueron tus ojos.
Oscuridad y frío
en la grieta de la fosa.
Solo,
solito
en ésa,
tu nueva casa de alabastro
sin ventanas,
sellada desde afuera.
Y, allí te quedas, bien muerto,
hasta el confín de los días
en esta tarde de marzo.
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