Algo
de mar sin luz y naranja amargo
Lo que fueron amigos y vino, tan fugaces que ni tiempo dio de llorarles.
Vine tarde a la vanidad y su dolor elegante, abrí algunos libros y los mordí
con los ojos. Hoy encuentro cerrado el maletín de cuero lleno de dibujos y
palabras.
Ojalá
bajen tarde los dos soles de este martes.
Sueño una piedra enorme frente a un lago. Pero tengo las aceras debajo de los
pies como la piel de mi camino.
Demasiado viejo el tallo no se dobla más, su muerte es silenciosa hasta que el
viento lo parte.
Los
ladrones me han dejado en medio de la tempestad.
Soy torpe desde el inicio y creo ciegamente en los errores de mi vida.
Más
humana que nadie mi madre finge que no se preocupa
La escucho orar en las madrugadas, llora y suena el espíritu de la casa.
Al amanecer, yo, que me vuelvo viejo, soy de nuevo pequeño.
Me ha llegado el rumor que no solo existe este encierro de huesos en
circunstancia.
Suena
una canción francesa, viene luego ella que me piensa cuando apenas son las tres
de la madrugada.
Su mirada tranquila deja quieto este péndulo añadido por tanto deseo en vidrio
roto, tanta rabia en las ortigas
Hoy ese cuadro de luz intensa entra a mi cuarto.
Comiendo
las migas se cruzan los tiempos sumergidos.
Un blíster de pastillas para aplazar el amanecer. La noche puede ser un
remolino de pensamientos.
Finjo
que el miedo no se acerca.
Pero ese león frente al látigo se acostumbra a regresar a su jaula: alimento y
agua, pero al salir lo destruye todo y el mismo decide regresar a su cárcel, es
mejor el encierro y no hacerle mal a nadie.
Pasa
a la vena la heroína y cierro el pulso. Me bota el beso al escribir. Vuelvo por
más y es porque todo lo he soñado.
Borracho en el timón, los amigos ríen y no pienso en la crisis que amanecerá si
es que amanece mañana.
Gloria
máxima es mirar en el mar de letras una palabra mía.
Lo mío y lo tuyo se equilibran en todo lo secreto.
No escribo para que me mires, escribo para que no veas la noche.
Tropiezo
en una obra menor.
Tan pequeño el sonido que hace un triángulo en la sinfonía.
Es peña en el mar.
El remoto color de lejos es la sombra. La distancia acompleja la grandeza.
Amargo
seca el aire la ropa en los minutos amargos llenos de gente amarga que cae de
boca frente al sol amargo que tienen de corazón.
Amarga alegría de un eco entre la vasta soledad amarga que deja su cara entre
las caras. Amargo silencio de quitarme los lentes y no quedarme en la imagen
amarga de gente apaleada por la constancia de las razones amargas. La música
dulce no es la inteligencia amarga, porque lo amargo es una ausencia más en los
muros.
Amargo es desear y obtener y perder. Amargo es vigilar sin descanso la alegría.
El
niño herido hace escarcha y se le ve andar dormido.
Sin rumbo cruza los precipicios desde abajo.
Al fondo una alacena con pan caliente y vino. La risa se enciende y su corazón
entra en el libro.
Construye un árbol y se dibuja con buen semblante.
Son las horas del niño.Mi madre en su infancia vio el rostro de una niña al
fondo de un pozo.
Mi madre con extrañeza me dice “Ella cayó al fondo, se me aparecía porque
quería jugar conmigo, pero como era un fantasma no podía salir a la
superficie”.
No
viajo por las carreteras, se han ido los vehículos veloces. Beber y manejar de
noche. Esa libertad de antes se quedó ocupada por la rutina.
Hoy los caminos están abiertos, pero me siento cansado.
De esta orilla hice mi hogar.
Hago
bocetos y no sé cómo dibujar la crisis de un mar sin luz y la naranja amarga
que es apenas una rueda hecha con lápiz sobre el papel. Pintar el agua
hirviendo, por ejemplo.
Quedan
dos puntos helados, pienso en continuar ese camino de frentes inconstantes o
ángulos opuestos a las esquinas donde se cierra el paraíso. Es revolucionario
aceptar el mundo en su tristeza.
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