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Y
más allá, en la luz cegadora,
próxima
a la transparencia líquida del aire,
encima
de la estatua arenosa
de
la plaza escueta,
más allá
del paraíso perdido de tu infancia,
entre
Escila y Caribdis,
bajo
las manos hendidas de los pescadores,
de
las redes, de los veleros anegados,
mi
madre se había sentado
en
la roca candente,
en
la grava bárbara y rosa,
donde Glauco se enamora.
La miré. Y aún más allá,
enjabonado
de sal, la dejé
confundirse
entre la marejada y el sueño,
para
siempre.
De:
“Poemas para delinquir”
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