La casa de la plenitud
Hembra
dorada y jubilosa,
pulpa de treinta soles rubios,
madura estás como las pomas
y hueles a pan de centeno,
a fruta y a vino y a cántaro
y a heno.
Yo,
varón de altanero rostro,
músculo y corazón resuelto,
aquí te aguardo, en el umbral
de esta casa que mis brazos recios
construyeron con ladrillo y cal.
Casa tan mía como tuya.
Hembra
del claro sonreír,
donde se afirma la raigambre,
sólida, de nuestro porvenir.
Nada nos falta, nada, nada.
Ni el vaso, ni el vino, ni el deseo.
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