Táctica de vuelo (III)
Surcar
los aires hondos con pájaros de fuego
es
una osadía y tú lo sabes bien.
Somos
tan pequeños, me decías dormida,
duramos
el soplido de una fragilidad.
Déjate
pasear por misterios y delirios;
apenas
quedarán territorios de aflicción.
Somos
tan pequeños.
Delgadísimos
y débiles, tal vez,
como
un niño que grita sabiéndose nacer,
una
hebra de ilusión de la nada prendida,
un
pétalo de hastío tirado al lodazal.
Desde
su arrogancia,
todo
parece al hombre tan fútil, tan destruible.
Este
caballo griego, tú lo sabes, es una belleza
creada
y fundida seis mil años después,
por
unas manos ácidas que anunciaron las tuyas.
Lo
vi. Espigado y sereno me miraba
en
la sórdida vitrina de una tienda en Nueva York.
Déjate
llevar por lo que habría de ser.
La
certeza ya no pasta en el prado de los dioses.
La
muerte ha sido siempre antesala del vacío,
su
hálito de hielo no se puede retrata.
De: “Torrente sanguíneo”
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