martes, 14 de noviembre de 2023


 

SERGIO GARCÍA MONGE

 


 

A ti

                                              Para María Judith



A ti Girasol, Clytia vegetal

Que representas con tu heliotropismo

La fidelidad de un amor no correspondido

 

Hermoso corazón, que al final se queda

De cara al oriente, en espera del sol

 

Pero yo celebro

Tu forma y tu color

Tu verde y robusto tallo

Tu ovalo de marrones flores tubulares

Tus flores liguladas de amarilla alegría

 

 

HERNÁN LAVÍN CERDA

 

 

 

Canción de la señorita




No es fea la señorita que aparece de perfil, no muy lejos
de la luz casi imperceptible de aquella luna,
y repentinamente de espaldas: no es fea,
ni muy poco, apareciendo, ni muy mucho, desapareciendo,
aunque no deja de ser una esclava de su nariz aún más curva
y más larga que espíritu de Amedeo Modigliani:
no es fea la señorita con su boca de animal
tardígrado y muy grande, aún más grande
que el alma curva y traviesa de su larguísima nariz.

No es fea con sus ojos de perra asiática, muy amarilla
en los párpados, más bien ictérica, y con las pestañas
aún más curvas y más lentas que la curvatura de la bóveda celeste:
no es fea la señorita de las orejas como alambiques,
las rodillas agudas, esquivas, en forma de espirales,
y los pies aún más torcidos que el veneno de algunas víboras.

Por muy fea que pueda llegar a ser, no es fea, ni muy
mucho, apareciendo, ni muy poco, desapareciendo, no es tan fea
la señorita de frente o de perfil, en cuyos ojos hay aún más ternura
que en los ojos equívocos del oso hormiguero,
ese mamífero con voracidad de hormigas, aquel impulso del carnicero y
       mamífero que nunca dejará de multiplicarse
como las hormigas, desde la época del Antiguo Testamento.

No es fea la señorita que aparece de perfil, no muy lejos
de la luz casi imperceptible de aquella luna,
y suspicazmente de espaldas: no es fea,
ni muy poco ni muy mucho, aunque no deja de ser
aún más torcida y más larga
que la lengua de algunas víboras.

 

SHAMSHAD KHAN

 

 


Estoy impaciente



por sumergirme en la cama
con personas
que sepan dónde los dedos
y las palabras quedan mejor

y dónde no

me he quitado la ropa y camino en el frío
para cualquiera que entienda mi desnudez

vea el vestido de hilos silenciosos
del espíritu

y me vea vestida
y cálida

soy una red de bambalinas y deseos

no podría bloquear el camino
a ninguna cueva

en la oscuridad
lamo la humedad
de tus ojos

hablamos con la misma lengua
tú y yo

lo que no traigo puesto
lo sostienen tus manos

y donde sea
que no esté seco

está húmedo
y tu lengua inquieta

sólo tiene que mirar

 

MARÍA BARANDA

 

 

 

Víbora



i
Y  dije víbora y me vi desenroscada, cardial y única,
carnavalesca y dicha, más viva por el árbol simple
de la lengua, más pronta entre los gestos de cuanta sangre

salida de mis ojos en un punto de-qué-cosa, en la raíz
certera de cuánto-se-hace-uno en ese tiempo solo
en que se inscribe el miedo entre los pliegues de la dermis.

Y  luego, la carne fija en tinta, me aglutiné imaginada a ser
lo que yo soy en esa realidad entre la hierba concebida
en demasiada sombra, en demasiada hambre

buscando el grito sin remedio, los labios ya muy juntos
donde hay lo que se exalta y se repite, se enrolla en sí
cambiando siempre en la natura para decir: soy lengua.

Fui lengua en otra escala resquebrajada y dulce
para ser goce de boca, placer del habla que fulgura:
dije víbora y fui amplia, opulenta, pájara cierta
desnuda al cielo, niebla labializada y dicha: vuelta
a decir niña en el animal de sombra, en el espacio oscuro
en ese grito escrito donde se lee de lleno: poema.



ii
Sangre en la vena cava. No soporta los hurtos.
Sangre venosa en la parte anterior, rápida en el tropel
en esa deglución de una palabra incierta en otra y otra...

o en esa parte blanda donde se bebe el desamparo
de una idea que nos contiene a todos, nos dilata
y subyuga ante el silencio de una figura indivisible:

el verbo, el verbo puro. El corazón se sacia, vence
los sueños máteres bajo el cristal de los colmillos
como un sol oscuro y húmedo lleno de nada y tiempo. Tiempo

que descoagula, se extiende más allá de aquellos páramos,
se deshabita y se enturbia en la cabeza. Beben sus labios
ávidos de otros números, decantaciones, profecías en el agua:

como una nube densa te formaste barroca y resurgida,
tu nombre caído en el galope de lo más fácil como insistencia,
el arrepentimiento corrompido en tu sintaxis. Las nervaduras
generan género y distancia, son parte de otro idioma, umbral
de acentos y de sílabas donde respinga esta otra ira innata
que esplende una nueva fornicación entre tus páginas.


iii
Poema el mundo hasta volverse único, pervivo
bajo el idioma en tiempo, protuberante y acertado
junto a los logros dónde, cuando se mezcla ahora

y si se avanza en madres, madres que se deslíen
y hablan susurrantes y salivosas, más vivas todas
entre los troncos de una idea violentada.

Trechos enmascarados por oros musgos, maderas
rotas, cerraduras de tantos los cielos secos
aferrados en esa piel turbia y escrita.

¿Hasta dónde lo que se ve se escucha
como un aullido (sácalo) casi en lo lejos (pronto),
casi deseado (dilo) como una felicidad que irradia?

Lo que no está es sólo un vaho en síntesis
profano y dicho, pensado en éter para la rana muerta
como si fuera una argamasa próxima a qué sitios

y dónde se purifica el todo en el consuelo hueco
de siempre entre tus partes sombras de ser animal
sitiado por otro animal aquí en el miedo de mi boca.


iv
Chúpame lenta, enclava tus sílabas y canta.
Cántame. Sé de mí círculo y abandono. Idea.
Destello del sol en mi cabeza. Áurea de mí,

centrada y siempre verdadera. Mítica gorgona,
esculpe tu lengua bífida por mis curvas
y entroniza todo lo conocido que enamora.

Unta el amor en tu hálito. Solloza.
Deja que escriba yo sin miedo ni pánico,
que me descuelgue más allá de la rama más larga

y que escuche tu sintaxis primera, tu sueño
tan amoroso de bala en el monte enterrada,
ínflame al viento jugueteando en mi nombre

hasta preñarme tanta, como una idea vasta
y redonda, una sola que me cubra
y denuncie la luz ya separada de la esfera.

Entonces digo: cuánta la sangre misma
por mi cuerpo, cuánto el misterio que respira
en capas y capas de palabras: escribo.


v
Hay hijos viejos alcanzados ya por otros vértigos.
Ángeles sin espejos, nadies que buscan la miseria
de un canto, el hambre de una hipótesis innecesaria.

Nada sirve, todo es saber morir entre las líneas ávidas
de una primicia bífida::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Guardo a una niña ancestral en mi cama. Me pica.
Filamentos entre sus ojos donde respira un rio invisible
en un gesto. Uno solo. Uno como un lento murmullo
que envenena. Ahora, su lengua clama por nuevos paraísos.

Extremos de un mundo donde los perros pierden
su hueso de noche. Fue noche cuando se escucharon
cuchicheos de hombres sordos en los pasillos.

Ya no hay poema. Todo se va poniendo sobre ladrillos,
entre las uñas de los muertos. Cantos junto a la piedra,
el botón de fuego de un mex-mex auténtico. Y basta.

Todo es suficiente en el paladar anónimo. Y no hay extremos.
Sólo una brisa como un heraldo de madre abierta, madre cd,
madre poema, novicia fornicadora, víbora desterrada, mía:


vi
Mátala, exprímela, sácale todo el jugo.
Deja que no se arrastre en la conciencia.
Chupa su luz de viento, escúrrela. Dile adverbio,

verbo, sintaxis trunca, vieja acabada: majadera.
Piérdela al filo de su figura. Detenla.
Dile que ya no hay savia, ni jugo, ni letra.

Una gruta es su lengua, un recipiente abierto.
Su sed es tierra. Su ausencia. Sombra su corazón,
cáscara, sutura de la tierra seca. No tiene orejas.
pero escucha, escucha bajo las piedras lisas
escondida junto a un pubis sin sexo. Ranura sin espera
ni hijas, gajo de gesto húmedo, la víbora

es pensamiento, razón endurecida, hueco de un dios
áspero y pardo, falible y poroso, chacharero,
muela en el llano, padre, padre, dije padre

vine a decirte lo que me dijo madre que te dijera
entonces, todo se dice cuando claudica el tiempo,
silba en su redoble y se enclava en la garganta.

 

MAURO HERNÁNDEZ FUANTOS

 

 



 

 

Cúmulus
recreándote
mintiendo.

Gotas
que te han recorrido
y buscan formarte
interesadas en ti:
ojos sepia
cabello cimarrón.

Manada
de cúmulos
borregos quiméricos
a la vez tú y cabra, toro y malta.
Ya frustrada;
no iguala colores
ni tu forma:
ojos, cuello, cenizas.
fermenta,
remplaza stratus por nimbus
que precipitan,
regresan a tu vuelo,
se entusiasman,
escurren por tu nariz, mentón, cabellos y
rodillas,
regresan, se pierden de nuevo.
Caen, te confunden con asfalto, banqueta y
árbol.
Intentarás
de nuevo ser nube
te confundirán:
cerro, diamante, leona y lata.

 

 

EDUARDO CASAR

 



El sueño recurrente



Miro las ruinas y los colores: qué gama
de ocres y de cercos y de grises.
El escenario parece incompleto,
como si faltaran enseres para hacerlo creíble.
Alguien dirige el sueño.
Alguien eligió a los actores y los está enfocando en plano medio.
Un guión incompleto, con los bordes quemados
(como los mapas del tesoro de un niño),
es lo que saben de memoria. Y además improvisan.

¿Por qué siempre la casa sobre las montañas que dan al mar?
¿Por qué siempre durante un viaje de estudios, un congreso,
una comunidad de comentarios?

Alguien debe estar dirigiendo.
Tú sólo eres el set
de un guión lleno de huecos.