martes, 4 de noviembre de 2014

JAVIER SOLOGUREN

 

Estancias 19

  

¡Qué sabor en el pan,
qué fáciles los pasos,
qué llevadero todo
sabiéndote a mi lado,
Amistad, cuánto gozo
en tu apretón de manos!

 

 

CÉSAR MORO

 
 
Carta a Antonio


    
      Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio
de mi sueño y me levantas y como un dios, como un autentico dios,
como el único y verdadero, con la injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno, todo de obsidiana
con tu cabeza de diamante, como un potro salvaje, con tus manos salvajes y tus pies de oro que sostienen tu cuerpo negro,
me arrastras y me arrojas al mar de las torturas y de las suposiciones.
      Nada existe fuera de ti, sólo el silencio y el espacio. Pero tu eres
el espacio y la noche, el aire y el agua que bebo, el silencioso veneno y el volcán en cuyo abismo caí hace tiempo,
hace siglos, desde antes de nacer, para que de los cabellos me arrastres hasta mi muerte.
      Inútilmente me debato, inútilmente pregunto. Los dioses son mudos;
como un muro que se aleja, así respondes a mis preguntas, a la sed
quemante de mi vida.
      ¿Para qué resistir a tu poder? Para qué luchar con tu fuerza de
rayo, contra tus brazos de torrente; si así ha de ser, si eres el punto,
el polo que imanta mi vida.
      Tu historia es la historia del hombre. El gran drama en que mi existencia es el zarzal ardiendo, el objeto
de tu venganza cósmica, de tu rencor de acero.
      Todo sexo y todo fuego, así eres. Todo hielo y todo sombra, así eres:
hermoso demonio de la noche, tigre implacable de testículos de estrella,
gran tigre negro de semen inagotable de nubes inundando el mundo.
      Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia el aire;
cerca de tus axilas donde se acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de
tu manos. Guárdame junto a ti.
      Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en tu sueño seré aquel
punto luminoso que se agranda y lo convierte todo en lumbre; en tu
lecho al dormir oirás como un murmullo y un calor a tus pies se anudará
e irá subiendo y lentamente se apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y al extender tu mano
sentirás un cuerpo extraño, helado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme.
       Es inútil tu fuerza para ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte
que mi amor; ya tú y yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos.
       En el placer que tomas lejos de mi hay un sollozo y tu nombre.
       Frente a tus ojos el fuego inextinguible.


18 de junio de 1939

 

 

MANUEL GONZÁLEZ PRADA

 

La tempestad

 

I

Con el cántaro a los hombros,
Entre nubes y destellos,
La Ñusta pisa las cumbres
Más vecinas de los cielos.

Risueña, el cántaro inclina
Y derrama suave riego
En las ceibas de los bosques
Y en los cactos del desierto.

De gozo, entonces, henchido,
Alza un himno el Universo
Con la voz de sus arroyos
Y la lengua de sus vientos.
 

II

La ruda maza en el puño
Y la cólera en el ceño,
El hermano de la Ñusta
Asoma y corre a lo lejos.

Salta por cumbres y abismos
Como en fantástico vuelo;
Tenaces golpes de maza
Descarga en llanos y cerros.

Quiebra el cántaro, y entonces
Vibra el rayo, zumba el trueno
Y en cataratas de lluvia
Se desploma el firmamento.

 

 

RODOLFO HINOSTROZA

 

Relato De Otelo

 
Sí, te amo! Y cuando no te amo
vuelve otra vez el Caos
Shakespeare

 
 

“…Cierta vez, en Aleppo,
sí, fue en Aleppo donde me desgracié con ese turco circunciso:
le ceñí con sus propias babas, y su lengua morada escupió las
                                                                               plegarias, y así
salvé mi vida. Esta vida que tan poco valía, y que hoy pesa en tus
                                                                                           manos
como un cofre de ébano. Signorina.
                                                                             Aunque yo caigo
tumbado sobre un sueño de paz
roto por las matracas de la guerra, nada se habrá perdido si es que                                                                       no te he perdido
Aunque yo caiga sobre los amargos tablones del recuerdo,
y recoja el final de la experiencia, y encuentre que sólo es un ave
                                                                                          mojada
y el término y sentido de este viaje se extravíen
como arras oxidadas de algo que no ocurrió, nada se habrá perdido
si he logrado hacerme amar por ti.
                                         “Moro! Por quién has combatido!”. “Moro!
Para qué has combatido!”, me gritaron los jinetes ociosos
viéndome hablar contigo. Y en verdad, Signorina, después de este
feroz ascenso de flecha malherida, he vuelto la cabeza
para ver quién servía, y no he encontrado a nadie. Pero os tuyos
escupen a escondidas cuando paso, y los míos me niegan, y ese
                                                                                          callado
impulso de grandeza que me arrancó de esclavos y galeras
ha cesado, y es como si de pronto, en la alta noche
el rumor de la mar cesara, despertándonos,
y el helado temor y la premonición trepasen la garganta como
                                                                                          arañas.
                                                                    Hacia Chipre, una vez,
un insolente rubio me dijo que yo apestaba a rata. No pude sino
                                                                                           herirlo
y entonces me arrojaron del barco, y quedé solo otra vez,
por mi olor, por mi piel, por esta mirada que ahuyenta a los
                                                                              búhos. Y quedé
                                                                                               solo
después de haber contado una penosa historia
de brutalidad y miseria, de espantos y gargajos, y de una avidez de
                                                                                             amor
arriba de la piel, debajo de la piel
tensa como un tatuaje, Signorina…”

 

De: Poemas reunidos

 

EMILIO ADOLFO WESTPHALEN

 

Salido De Madre

 

¿Es cierto que ya no sabes
Adónde vas ni qué quieres?
Te zampas moscas racimos
Culebras de piel de rosa
Rimeros de miel silvestre.
Hierve el agua en tu garganta
Cascas lo qeu encuentras
Y nada te repleta.
Requintas apedreas desgarras
Has perdiido compostura y camino.
Río -me dueles en los ojos y en el vientre.
¿Qué te haría la madre
Que así deliras y destruyes
Mi pueblo mi casa
Te llevas el borrico pardo
La palmera sin sombra
El cementerio completo?
¿Eres río sin madre
O mar recién parido
Estirándote lo más que dé
Tu hambre y tu codicia?
Río -vuelve a ser río
No te quiero tan grande.

 

 

SEBASTIAN SALAZAR BONDY



Confidencia en alta voz

 

Pertenezco a una raza sentimental,
a una patria fatigada por sus penas,
a una tierra cuyas flores culminan al anochecer,
pero amo mis desventuras,
tengo mi orgullo, doy vivas a la vida bajo este cielo mortal
y soy como una nave que avanza hacia una isla de fuego.

Pertenezco a muchas gentes y soy libre,
me levanto como el alba desde las últimas tinieblas,
doy luz a un vasto campo de silencio y oros,
sol nuevo, nueva dicha, aparición imperiosa
que cae horas después en un lecho de pesadillas.
Escribo, como ven, y corro por las calles,
protesto y arrastro los grillos del descontento
que a veces son alas en los pies,
plumas al viento que surcan un azul oscuro,
pero puedo quedarme quieto, puedo renunciar,
puedo tener como cualquiera un miedo terrible,
porque cometo errores y el aire me falta
como me faltan el pecado, el pan, la risa, tantas cosas.

El tiempo es implacable como un número creciente
y comprendo que se suma en mi frente, en mis manos,
en mis hombros, como un fardo,
y pertenezco al tiempo, a los documentos, a mi raza y mi país,
y cuando lo digo en el papel, cuando lo confieso,
tengo ganas de que todos lo sepan y lloren conmigo.