lunes, 25 de mayo de 2015

SALVADOR RUEDA


 

El ave del paraíso

 

Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.

Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.

Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.

Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.

 

MANUEL PONCE


  

—Maternidad divina, Maternidad espiritual—


Amor, que de sus bienes hace gala
y su medida es no medir favores,
a quien hizo merced de sus amores
en consiguientes dones le regala.

Contigo pudo en superior escala,
darte la flor y su vergel de flores,
darte la gracia y darte admiradores,
darte la estrella y su estrellada sala.

El fruto de tu vientre fue bendito
y se colmaron todos los anhelos:
mas no quedó a la causa circunscrito.

Y arrastras al aroma de tus vuelos,
con tu Hijo, pastor de lo infinito,
las dos terceras partes de los cielos.


 

 

 

JUAN BAÑUELOS

 
 

Digo

  

Donde mi sangre es piedra carcomida,
allí donde tú ignoras lo que pasa,
allí, mi voz doliendo se hace brasa
que el agua apaga en ácida mordida.

Golpeando muros voy tras la salida
de esta quemante y rumorosa casa,
que no hay dolor más duro —de argamasa—
que buscar el amor en quien olvida.

Un traje abandonado es lo que pesa
más que el silencio y más, y más que un muerto,
menos que un pan dejado en nuestra mesa.

Quita tu mano de mi carne viva.
Si al fin te vas yo quiero estar despierto,
Amor. Amor, destruye lo que escriba.

 

 

CARMEN ALARDÍN


 

Señales

 
 
Elegiste su alma y la llenaste
de naranjas ingrávidas,
de tazas de café junto a los puertos,
de simulacros, de ángeles dormidos.
Elegiste su nombre y lo mezclaste
con las letras del tuyo,
con médulas de buey
y semen de serpiente,
hasta dar con el cuerpo requerido
para cruzar el muro de otros mundos.
Elegiste un espacio y lo llenaste
con la humareda de tu ausencia.
Fue así como el amor te dio la fuerza
para volar sobre la muerte.

 

 

 

THELMA NAVA


 

Para quien pretenda conocer a un poeta

 

Es difícil conocer el corazón de un poeta.
A primera vista resulta fácil doblegarlo por la
    vanidad
ensalzarle y hasta aprenderse de memoria unas
    cuantas líneas suyas.
Caminar a su lado y sostener el mar con la mirada,
hablar de ciudades irreales,
adivinar su amor y sus costumbres,
su vida cotidiana, sus odios y rencores.
Penetrar el secreto de su técnica,
llegar a sus orígenes.

Pero ¿quién, bajo lluvia, es capaz, sabe realmente
    cómo es por dentro ese cuerpo tembloroso, amoroso,
    maldito, blasfemo o perseguido de un poeta?

 

 

AURORA REYES


 

Recóndita espiral

 

Aérea faz de roca construida,
suspendida en la noche de la infancia.
Recuerdas idolátricos perfiles
de inarmónica danza.

¿Eres diáfana sombra o luz caída,
anticipada muerte o rescatada,
perímetro de ausencia o invadida
forma de realidad acumulada?

Entre muros de angustia vacilante
y estatuas calcinadas
húndese el horizonte de mi frente
en colérica sal desparramada.
¿Cuál fragmento de espejo
se quedó con mi cara?
El sueño gira lenta, lentamente,
repitiendo sin voz una palabra:

Espiral, espiral,
flor infinita...
¡Cuántas estrellas desprendidas,
cuántas!
No interrogues al cardo,
no te asomes al río,
no llames al secreto.

¿Has oído cantar la tierra húmeda
bajo tu corazón?
¿Has visto la tormenta crecer y hacerse múltiple
en las alas del árbol?
¿Has palpado el amor en el recóndito
ruiseñor de los huesos?

Mira subir la lluvia por los tallos
y retornar al cielo.
Elévate en los pétalos azules,
en las trémulas manos de las hojas,
en la cifra total de los sentidos.
La ascensión te reclama las raíces,
la sombra, la garganta, los cabellos.
¡Líbrate, rompe todo, desángrate, agoniza!
pero que no te ciña el pensamiento.

Los corales del tacto, los corales.
Los caminos del viento...

Una sola palabra de tus ojos
despertará la muerte que perdió tu mirada,
la muerte que circunda tu contorno de niebla,
la que habita detrás de cada párpado
en las cuencas de todas las preguntas
que anidaron las fieras subterráneas.

Crece, silencio. Crece con los barcos,
con el fuego y el mar y la distancia;
trasciende los lamentos impotentes
de las últimas playas.
Crece el cielo más alto
del amor, sin sonrisa,
sin rostro, sin espejo,
sin arena, sin agua...