martes, 12 de marzo de 2019


IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO





Flor del alba



Las montañas de Occidente
La luna traspuso ya,
El gran lucero del alba
Mírase apenas brillar
Al través de los nacientes
Rayos de luz matinal;
Bajo su manto de niebla
Gime soñoliento el mar,
Y el céfiro en las praderas
Tibio despertando va.
De la sonrosada aurora
Con la dulce claridad,
Todo se anima y se mueve,
Todo se siente agitar:
El águila allá en las rocas
Con fiereza y majestad
Erguida ve el horizonte
Por donde el sol nacerá;
Mientras que el tigre gallardo
Y el receloso jaguar
Se alejan buscando asilo
Del bosque en la oscuridad.
Los alciones en bandadas
Rasgando los aires van,
Y el madrugador comienza
Las aves a despertar:
Aquí salta en las caobas
El pomposo cardenal,
Y alegres los guacamayos
Aparecen más allá.
El aní canta en los mangles,
En el ébano el turpial,
El cenzontli entre las ceibas,
La alondra en el arrayán,
En los maizales el tordo
Y el mirlo en el arrozal.
Desde su trono la orquídea
Vierte de aroma un raudal;
Con su guirnalda de nieve
Se corona el guayacán,
Abre el algodón sus rosas,
El ilamo su azahar,
Mientras que lluvia de aljófar
Se ostenta en el cafetal,
Y el nelumbio en los remansos
Se inclina el agua a besar.
Allá en la cabaña humilde
Turban del sueño la paz
En que el labriego reposa ,
Los gallos con su cantar;
El anciano a la familia
Despierta con tierno afán,
Y la campana del Barrio
Invita al cristiano a orar.
Entonces, niña hechicera,
De la choza en el umbral
Asoma, que flor del alba
La gente ha dado en llamar.
El candor del cielo tiñe
Su semblante virginal,
Y la luz de la modestia
Resplandece en su mirar.
Alta, gallarda y apenas
Quince abriles contará;
De azabache es su cabello
Sus labios bermejos, más
Que las flores del granado
La púrpura y el coral,
Si sonríen, blancas perlas
Menudas hacen brillar.
Ya sale airosa, llevando
El cántaro en el yagual,
Sobre la erguida cabeza
Que apenas mueve al andar;
Cruza el sendero de mirtos
Y cabe un cañaveral,
Donde hay una cruz antigua,
Bajo el lecho de un palmar,
Plantada sobre las peñas
Musgosas de un manantial.
Arrodillada la niña
Humilde se pone a orar,
Al arroyuelo mezclando
Sus lágrimas de piedad.
Luego sube a la colina
Desde donde se ve el mar,
Y allí con mirada inquieta,
Buscando afanosa está
Una barca entre las brumas
Que ahuyenta ledo el terral;
Los campesinos alegres
Que a los maizales se van,
Al verla así, la bendicen,
Y la arrojan al pasar
Maravillas olorosas
De las cercas del bajial,
Que es la bella Flor del alba,
La dulce y buena deidad
Que adoran los corazones
De aquel humilde lugar.



MAURIZIO MEDO





1.



No sé, no sé. No más. Si dios es
poeta, matemático o
la tímida invención de un topo
que ca
vaca
va
el Círculo Perfecto entre ceramios prehispánicos. Sea,
tal vez,
la satinada ficción que heredamos en
Nácar Colunga, bloques de papel. Artificial como este
otro que retinto, ozónico, junto
a un hato de cálculos y planos cartográficos, mil
trópicos y cientos de
ecuadores.

Hoy mi mano es Neanderthal. El ambiguo
lenguaje la desborda nombrando
lo que en vano intentó recolectar. Indiferente
al dolor de mis falanges cae
sobre este suelo
que engendro al enunciar. Rota
la barroca geografía,
sin mapas,
el espacio es apenas intuición. Si hundiera la Cruz
en las cúspides del Misti, revería
al nunca sancto Cristóbal, de ahí la mar. Pero no hay fe no hay,
tampoco olas. Sólo tus ojos, Lu. Negros soles
que fulguran cuando te ovillas vulnerable y fetal.
Este es el reino del topo. Salvo mi amor, todo
es sillar, mosaico en polvo, astilla colonial.

                No sé ya que hay decierto en el desierto donde
miro piso paso palpo copulo cavo defeco.

Recuerdo Madrid cual esplendente espiral, con
su adorable escoria trapicheando alrededor del Escorial. Recuerdo
Baires, lunfarda en los bandoneones de La Boca. Con su brío
de elocuencia interminable,
Oh argentinidad.

Recuerdo Miami, american dream de balsero obsecado
en shopping latequelatelatenoamerican.

Recuerdo el recuerdo legado desde
Dubrovnik, Salabue y Pietra Ligure,
como una amalgama que evanesce entre picarones de Tingo o
adobos en la vieja Yanahuara.

¿Qué de mi Villa?.

   El aeropuerto, mi cuerpo espigón y
aquel boleto conjurándola al olvido. Soy su exilio, mas
también ígnea nervadura dentro de tu invertebrado Co
razón.            No sé más.
El caos tiene tantos paraderos, ¿me hablaba allá el Rimak,
era el Leteo?.
Recuerdo, también un teléfono donde me responde aún
alguien que no está. Recuerdo que mi nonno
ni siquiera fue mi profesor. El perfil de mi padre temiendo
serlo en su cana juventud. Recuerdo
a mi hermano muriendo de a pocos sin atrapar la luz. Casi
alado y hermoso.

Recuerdo un balón negándome la adrenalina
de ser gol. Recuerdo haberte dicho amor amor,
de impromptu,
en un vía crucis de catorce estaciones de Internet. Recuerdo
que allá uno está y jamás es. Pero, la memoria
-como el poema-
es una bella mentira a la que amamos por su muy escaso valor.

No sé si existe dios y el recuerdo de haberlo sido por
quince minutos,
o más.

Recuerdo haber sido sólo un adjetivo


De: “El hábito elemental”


ÁNGEL PÉREZ ESCORZA





Sólo en ti

A Mina Gligorić, la mina más linda.

El vacío crea el deseo de plenitud.
Alberto Ruy Sánchez



Sólo en tu luminiscencia olvido eso que no es tuyo
y ya no es polvo de lo que fuimos.

El amor no es nada si el infinito puede amasarse con las manos.

Si la noche dilata las pupilas, de quien prefiere ir a dormir
con un verso atorado en las entrañas.

Pienso en ti, como quien espera tocar lo inasible, como
quien enciende la luz
frente a la escasa certeza de no encontrarse a solas en un tálamo.

“La fe”,
No predice desgracias, sólo atempera la catástrofe
de los días –no anticipados–

                                    vacíos, sin ti.



RAQUEL BARRAGÁN





Callo soles, días y plantas viejas
que sonríen extinciones inminentes
No te muevas del lindero antiguo
de ahí vendrá la respuesta


ALFREDO FRESSIA



 

Sondeos



Pienso remedios en mi fantasía…
…Amar a la dama del unicornio
o al mancebo de Cartagena de Indias,
el que abría su abrazo para otro.

Y fantasear con la farmacopea,
o esperar por el fin de los cuidados
ensayando cuartetos de un poema,
lleno de anhelos el papel en blanco.

Cesar la desconfianza y retornar
a una ciudad al Sur hecha de cera,
patrio museo de mi juventud,

beber el jugo de flores del mal,
ver brotar los sonetos de la tierra
y hallar la cura en los sueños de un albur.


JUAN MARCELINO RUÍZ





Martha



Martha
jamás necesitó de un ritmo de palmeras
le bastaron las calles polvorientas
de mi pueblo dibujado en el desierto.
Todas las tardes cruzaba por la plaza
como un alfil blanco
rozando apenas el tablero.
Rubio deseo compartido
por más de treinta adolescentes.
Algunos, los más grandes
juraban haberla disfrutado
en las tapias de lo que fue el correo
los otros, tan sólo queríamos crecer por ella.
Las calles de pronto parecieron muy estrechas
para el crecimiento anormal de sus caderas,
nos dejó con las ganas de crecer
y con la cálida humedad de la vergüenza
corriendo entre los dedos.