"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 3 de noviembre de 2025
AMBROSIO GALLEGO
Dime
que lo exprese cómo
Aun
así, tú vienes a verlo siempre,
aun sin amor, amor insiste siempre.
Otro amor con su ley.
Y le traes libros, anécdotas
que escenificas frente a él,
y no siempre con gracia.
Su desnudez tal vez lo necesite
como a tu oído que espera qué
palabras, dime que lo exprese cómo,
dime por qué tu ley no obliga nunca
siendo ley.
Y llegas hasta el enfermo
con ánimo de recoger su maltrecha espera,
lo mismo que una espigadora alegre en el verano
recoge el oro del dolor caído.
Aun así, sin amor pero con peso,
te me vas tú, muleta de calor,
vidriera de sus noches.
De:
“Amor maduro busca”
ZÉLIE LARDÉ
No
temas
Mi
alma es como el río tranquilo.
Si
tienes sed, él te dará agua fresca.
Si
te enfureces y con furia arrojas una piedra en él, te devolverá, al sumergirse
entre sus aguas, una flor blanca y transparente que alegrará tus ojos y quitará
tu cólera.
Así
mi alma.
Si
en tu odio le arrojas insultos, te devolverá flores de piedad y amor, y entre
más grande sea la ofensa que le hagas, más grandes y hermosas flores te dará.
Ven,
no temas, tienes sed de cariño.
Te
arrullaré entre mis brazos como a un hijo, y si la vida y los desengaños te han
amargado, yo, con manos de madre, te daré mis flores y arrancaré las espinas
emponzoñadas que tengas en el corazón.
NOÉ LIMA
Los
bares
el
peso del crepúsculo tiene esmaltados los
dientes
habla por sí solo
del velo que se escapa de los bares
del diálogo en las grietas de sus muros
de sus abismos en las retinas de las sirenas en
más de una ambulancia
del karaoke rompeolas que canta invicto sobre
los gritos unánimes
de ese humo vociferando nuestra breve
existencia
el peso de su hoguera hiere los cabellos con el
aire
el sudoroso aliento de todos los idiomas
en la bocanada de los cigarrillos
que muerden cada tempestad con el hielo
esos fríos girasoles que se mueven en la boca
en la tuya es un diluvio que huye
despacio
hasta desaparecer en cada arteria
nunca alumbró tus piernas con su lento
parpadeo
solo elaboró esa guillotina de luz para mis
cansados ojos
ese pulso de hiedra que cuelga sobre tus senos
de madrugada tensa
sobre esas catedrales de hierba
las marchitas almas en el grabado que jamás
concluí
Solo imaginas
la eterna angustia gélida de esas cremalleras
que tocan a tu puerta
para abrir el bautismal perfume de todos tus
desvelos
el crepúsculo parece una foto antigua
con el decoro lubricado del sexo en un poema.
MAURICIO MARQUINA
Sueño
de infancia
Esa
noche yo tenía que permanecer acostado sobre los muertos
y darles de comer el pescado seco que había sobrado la noche
anterior. Unos habían sido condenados por inocentes y eran
la mayoría; otros, por encontrarse desnudos durante los servicios
religiosos. Pero no es la hora de esclarecer recuerdos
difusos. Yo buscaba una mano caliente todavía
en cuyas arterias desgarradas corriera un
poco
de sangre inoficiosamente coagulada. En
vano.
Soy incapaz de decir como estaba vestido
y ansiosamente apretujado de odio. De
temor. Pero los
cuerpos ya estaban disecados de antemano: restos de músculos,
nervios, huesos oscuros, todo sumergido en un charco de
formalina
entonces comencé a sacar timbales y
anteojos oscuros
de los cráneos y fui construyendo, en el
punto más alto de
la fiebre ritos obscenos, diálogos
desnudos para el amor,
fragmentos de poemas sin odio ni tristeza,
y así llegó el tiempo de mirar lentamente cada una de las
órbitas vacías —cegadas por lágrimas purulentas—
inclinado violentamente sobre un seno
arrugado
me puse a mamar en el más atroz de los
silencios.
Para entonces había dejado de creer en
todo. Algunos de mi
generación subterránea siguen empleando, desde aquella noche y
como única arma, la ironía contra las cosas; otros, meditan
sentados sobre la tumba de Vallejo, bebiendo a grandes tragos
una especie de cicuta metafísica. Pero ninguno estuvo conmigo
aquella noche, y algunos conservan todavía
sus máscaras pintadas colgando de los
agujeros
cerebrales
amenazando destruir las palabras, las
oraciones, los salmos.
Esa noche, al final del corredor, me entregaron un par de manos
y un libro en blanco, para encarnar el Testimonio y la Locura
De: “Obscenidades
para hacer en casa y otros poemas”
JUAN CARLOS ACEVEDO RAMOS
Radiografía
de la ausencia
Cuánto más grandes los hombres
más solos se quedan.
–
De una canción popular
Viejo
en tu ausencia el bueno de Dios se ha vuelto amigo. En los bares donde no
entras a beber, la silla que debes ocupar se llena con tu vacío; al que ofrezco
una cerveza que no bebe nunca. Entonces pido un cigarrillo que dejo encendido
hasta que por completo se lo fuma tu fantasma.
Ahora que recorro restaurantes, avenidas y duermo mal en hoteles de todas las
ciudades, ahora que cualquier mujer de esquina me ofrece algo más que su sexo
tibio y sus senos de candil, ahora que el corazón está hecho añicos necesito de
tu mano y tus palabras.
Papá, en las noches de embriaguez me hace falta tu voz ordenándome dormir. Dime
quién sabe de tu pasión por el fútbol y por las novelas de vaqueros. A quién
hace vibrar tu historia del carbonerito. Quién conoce tu secreto sobre el vuelo
del albatros.
Hoy que la vida vuelve a sonreír quiero saber qué neblinas respiras. Cuáles
gotas de sudor mojan tu sombra. Dónde apagas el último cigarrillo. Quiero saber
si todavía hueles la lluvia.
Es duro crecer sin ti, sin tu silbido en las mañanas cuando la cuchilla
atraviesa tu rostro y el ruido de tus zapatos me despierta. Aquí las calles de
mayo siguen solas, nadie cura mis heridas de juegos perdidos, nadie remienda
mis ojos al final de un amor. Camino solo, papá, y la noche me seduce de nuevo.
Mañana te habré olvidado otra vez.
KENIA CANO
Nariz
roja y un llavero de Neil Armstrong
Pisar
la luna no, conducir el auto.
Reír de la rutina, de tanta payasada gravitatoria.
El trasero bien puesto en el asiento
y tu boca de tamaño normal
junto a esta nariz enorme que te pones
al verte de aquí para allá.
La
ciudad y el espacio inadvertido.
¿Quién
dejó abandonada esta nariz roja?
¿Quién este llaverito para cumplir sueños?
Neil
cayó del bolsillo del niño
justo a la entrada del colegio.
A pesar de su traje de astronauta
rebotó en el suelo sin ganas de asistir a la clase.
Él ya… las matemáticas dominadas,
el perfume aterrador de la maestra.
A él no… ya había pisado la luna.
¿Qué
más podían esperar de él!
Qué
aire tan pesado el de la tierra.
Qué fuerza ésta concentrada.
Neil debe volver al auto mientras el niño
entra por la puerta del colegio.
Mamá
se pondrá la nariz hasta que den las dos
y los dos objetos devueltos a la nave
le devuelvan el misterio de transitar el mundo
como si conociera la risa del espacio.
