"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 2 de agosto de 2017
CARLOS CÚCCARO
Circo carnal.
Eso es
lo turbio
y lo
quemante.
Circo
carnal.
Deslinde
peligroso
de
este
juego
de luna
y de cerveza.
Soy tu
cuerpo.
Soy la
mano carmesí.
Soy la
daga-lobo.
Soy la
miel en tu boca.
La
soledad de todos
ha
llegado al límite.
De: “Tharsis”
LILIANA BELLONE
Le temps retrouvé
Ya no
está la casa con enrejados
Y el
muñeco de porcelana
Que
elegí en Casa Arrozarena
Para
Reyes
Tampoco
está el traje verde mi padre
Ni sus
moñitos azules y grises
Ya no
están sus sombreros
Ni su
lapicera fuente
Ni su
letra cuando corregía
Las
interminables tareas de los alumnos
No
están los días claros y la ventana
Con
dalias y crisantemos
Como en
la foto con mi hermano
En
aquellos gloriosos cinco años
No
están las siestas y los helados
Y mis
padres del brazo
Como
dos actores de cine
Y yo
mirándolos
Yendo a
la plaza
A la
Confitería Bambi
A tomar
una naranjada
En esos
veranos gloriosos
De los
cincos años.
De: “La costura de Hortensia”
RAFAEL CANSINOS ASSENS
Guimel
Con los pies torpes aún del sueño, con el alma aún velada por las tinieblas que en el sueño se acumulan, he intentado alargar mi paseo por las calles con aire juvenil. Y he marchado tras las muchachas jóvenes, para alegrar mi corazón.
Con los pies torpes aún del sueño, con el alma aún velada por las tinieblas que en el sueño se acumulan, he intentado alargar mi paseo por las calles con aire juvenil. Y he marchado tras las muchachas jóvenes, para alegrar mi corazón.
Pero tras de sus pasos ligeros me he sentido tan cansado y me he sentido tan
extraño a ellas, con mi corazón amargo de experiencia, que bien pronto
las he dejado perderse entre la multitud y he seguido yo solo mi camino.
Y he vagado, sin rumbo y sin objeto, ante los reverberos, viendo pasar ante mí
la vida, la vida lejana y esquiva, la vida que se aleja para siempre del
hombre que ya perdió su juventud y duerme en pleno día.
De "El candelabro de los siete
brazos"
VERANO BRISAS
Una bacante loca y un
sátiro afrentoso
conjugan en mi alma su frenesí amoroso.
Porfirio Barba Jacob
conjugan en mi alma su frenesí amoroso.
Porfirio Barba Jacob
Cuando
las caricias desganadas de tu amante
o los besos indiferentes de tu esposa
sean como icebergs de un hielo iderretible.
Cuando el hastío haya hundido su colmillo infeccioso
en lo más profundo de tu corazón.
Cuando te encuentres cansado de rutinas
y estés buscando una experiencia nueva.
Cuando sientas todo eso y mucho más,
es que ha llegado el momento decisivo
de visitar sin asomo de remordimiento
la siempre novedosa Calle de las Complacencias.
Esta calle ha existido, existe y existirá
mientras el mundo tenga su giro planetario
y los humanos no alcancemos la plena satisfacción
de nuestras más íntimas necesidades eróticas.
Toda cultura, toda época, toda ciudad
ha ofrecido, ofrece y ofrecerá
en el instante adecuado y en sus circunstancias,
los deleites innegables de esta acogedora vía.
Allí se puede gozar desde una simple copulación
con la ramera de turno
hasta el desfloramiento de una niña virgen,
si se lleva la cartera bien nutrida
y se ostenta la influencia necesaria
para que la dueña de casa quiera agasajarte
con tan exquisito y raro manjar.
De igual manera puedes buscar una
que acepte ser atormentada
mientras lucha indefensa sobre la cama
o atada fuertemente de algún pilar apropiado
con lazos de fina seda o rebumbioso metal.
Tal vez sea más interesante para ti
recibir que dar los latigazos
por mano de una espigada damisela
vestida solamente con altas y negras botas,
además de un cinturón y brazaletes
hechos con piel de oso o de cualquier otro animal
que funcione como símbolo de fortaleza.
En vez de latigazos
quizás prefieras una paliza con garfios,
tan popular entre aquellos que quieren santificarse,
o disfrutar otras torturas de diverso estilo
mientras una jovencita, bella y degenerada,
manipula tus partes con fruición perversa.
Si tus deseos van aún más lejos,
pueden darte a oler sus prendas íntimas
o taponarte la boca con unas tanguitas recién usadas
cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen.
Es posible observar también desde un desván,
a través de la mirilla indiscreta,
los complicados ritos a que otros se someten
por su propio gusto,
o someten a sus lujuriosas víctimas,
si pagan la tarifa establecida para estos
y otros placeres especiales
como esas catárticas orgías.
Y así sucesivamente,
no carecerás de ninguna extravagancia
si haces los méritos adecuados para ello.
Te aseguro que Procusto
no hubiera creado nada más apetecible
para tus secretos e inconfesables deseos
en esta dulce y generosa Calle de las Complacencias.
o los besos indiferentes de tu esposa
sean como icebergs de un hielo iderretible.
Cuando el hastío haya hundido su colmillo infeccioso
en lo más profundo de tu corazón.
Cuando te encuentres cansado de rutinas
y estés buscando una experiencia nueva.
Cuando sientas todo eso y mucho más,
es que ha llegado el momento decisivo
de visitar sin asomo de remordimiento
la siempre novedosa Calle de las Complacencias.
Esta calle ha existido, existe y existirá
mientras el mundo tenga su giro planetario
y los humanos no alcancemos la plena satisfacción
de nuestras más íntimas necesidades eróticas.
Toda cultura, toda época, toda ciudad
ha ofrecido, ofrece y ofrecerá
en el instante adecuado y en sus circunstancias,
los deleites innegables de esta acogedora vía.
Allí se puede gozar desde una simple copulación
con la ramera de turno
hasta el desfloramiento de una niña virgen,
si se lleva la cartera bien nutrida
y se ostenta la influencia necesaria
para que la dueña de casa quiera agasajarte
con tan exquisito y raro manjar.
De igual manera puedes buscar una
que acepte ser atormentada
mientras lucha indefensa sobre la cama
o atada fuertemente de algún pilar apropiado
con lazos de fina seda o rebumbioso metal.
Tal vez sea más interesante para ti
recibir que dar los latigazos
por mano de una espigada damisela
vestida solamente con altas y negras botas,
además de un cinturón y brazaletes
hechos con piel de oso o de cualquier otro animal
que funcione como símbolo de fortaleza.
En vez de latigazos
quizás prefieras una paliza con garfios,
tan popular entre aquellos que quieren santificarse,
o disfrutar otras torturas de diverso estilo
mientras una jovencita, bella y degenerada,
manipula tus partes con fruición perversa.
Si tus deseos van aún más lejos,
pueden darte a oler sus prendas íntimas
o taponarte la boca con unas tanguitas recién usadas
cuya tibieza evoque claramente su lugar de origen.
Es posible observar también desde un desván,
a través de la mirilla indiscreta,
los complicados ritos a que otros se someten
por su propio gusto,
o someten a sus lujuriosas víctimas,
si pagan la tarifa establecida para estos
y otros placeres especiales
como esas catárticas orgías.
Y así sucesivamente,
no carecerás de ninguna extravagancia
si haces los méritos adecuados para ello.
Te aseguro que Procusto
no hubiera creado nada más apetecible
para tus secretos e inconfesables deseos
en esta dulce y generosa Calle de las Complacencias.
ELEONORA FINKELSTEIN
Efectos especiales
Qué
tanta pureza
en los
registros básicos
de esta
memoria.
Qué
tanta memoria
en las
formas que se dejan ver
para
que las nombremos.
Vacías
así como están,
vacías
como guantes vacíos
navegando
sobre el tiempo pleno.
Pero
ahora resulta
que ese
mismo tiempo, ni siquiera existe.
Ridículo
todo, obsesionado de sí mismo:
Que
alguien me explique a los disueltos
a los
voladores
a los
desintegrados.
Que
alguien, cualquiera, me saque a bailar
y me
hable al oído
y me
haga entender que todo
tiene
su precio.
Y ya
que dije tiempo y memoria y vacío,
pasen y
vean
lo que
se proyecta en el techo
mientras
intento dormir:
el
bosque está en flor y la perra
amada,
muerta.
Si
ahora digo “amor” y “muerte”
En
cualquiera de sus formas permitidas
(que en
paz descansen)
seguro
que se te hace un nudo en la garganta.
Pero no
lo olvides: miento.
A ver,
veamos lo que dice ahora
(ya que
seguimos acá,
ya que
seguimos mirando el techo).
Es algo
duro como un hueso:
El
poema es el arma de fuego,
el amor
es un tiro de gracia.
Pero no
lo olvides: miento.
ENRIQUE CASARAVILLA LEMOS
Betania
Marta: Se preocupa
de recibirle como
es preciso. Lo sirve preparando
las cosas de la casa para Él,
las manos extendidas con las cosas. María
queda echada a sus pies.
—simple azucena
simple
solo rosa.
Ah Betania!, Betania...
Ay! piedras de la casa
las dos ¡qué hermosas son!
Como nostálgico
de estampas y memorias
sagradas
no distingo más, ya...
cuál es más grande
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