jueves, 16 de octubre de 2014

PEDRO SALINAS

 

Ahora te quiero...

 

Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esta hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir,
como está
el gran amor de los muertos.

 

RUBÉN DARÍO



El verso sutil que pasa o se posa

 
 
El verso sutil que pasa o se posa
Sobre la mujer o sobre la rosa,
Beso puede ser, o ser mariposa.

En la fresca flor el verso sutil;
El triunfo de amor en el mes de abril:
Amor, verso y flor, la niña gentil.

Amor y dolor. Halagos y enojos.
Herodías ríe en los labios rojos.
Dos verdugos hay que están en los ojos.

¡Oh, saber amar es saber sufrir!
Amar y sufrir, sufrir y sentir,
Y el hacha besar que nos ha de herir...

¡Rosa de dolor, gracia femenina;
Inocencia y luz, corola divina!
Y aroma fatal y cruel espina...

Líbranos, Señor, de abril y la flor
Y del cielo azul y del ruiseñor,
De dolor y amor, líbranos, Señor.

 

 

LEOPOLDO LUGONES



La alcoba solitaria

 

El diván dormitaba; las sortijas
brillaban frente a la oxidada aguja,
y un antiguo silencio de Cartuja
bostezaba en las lúgubres rendijas.

Sentía el violín entre prolijas
sugestiones, cual lánguida burbuja,
flotar su extraña anímula de bruja
ahorcada en las unánimes clavijas.

No quedaba de ti más que una gota
de sangre pectoral, sobre la rota
almohada. El espejo opalescente

estaba ciego. Y en el fino vaso,
como un corsé de inviolable raso
se abría una magnolia dulcemente.

 

 

JORGE GUILLÉN


 
Desnudo

 

Blancos, rosas... Azules casi en veta,
dos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
Oh absoluto presente!

 

 

MIGUEL ARTECHE SALINAS



Relación de medianoche

 

Si entras a esa casa, a medianoche,
Si entras en ese mundo,
Y sigiloso y en puntillas dejas
Quietas las manos, con cuidado
No respiras, y si los ojos fijas
En una hoja de papel en blanco
Por algunas semanas, y luego te desprendes,
Aunque es difícil, de tu cuerpo,
O si lo dejas en los años que te quedan
Por vivir, y nadie hay en la casa,
Y nadie hay en el mundo de la casa:

Verás que el cigarrillo enciende al fumador,
Y el vino se bebe al embriagado,
Y el libro lee a su lector,
Y la chaqueta se viste de su dueño,
Y el pan engulle a sus hambrientos, y el espejo
Se mira en el azogue de la dama,
Y de improviso se enciende una pared,
Y asoma una cabeza, y la saludas,
O muy de súbito sale de tus hombros
El niño que serías, y lo besas,
O una mano en el aire arroja de improviso
Abejas de oro sobre tu cabeza,
O ves llegar la madrugada
Y te duermes
En otra casa, y en el sueño tratas
De buscar lo que has perdido:
Ese mundo real que ya no tienes,
Porque entraste en el mundo de los ojos irreales.

Salvo que entraras de nuevo en esa casa...

 

CHARLES BAUDELAIRE



117. El amor engañoso

 

Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente,
Paseando el hastío de tu mirar profundo,
Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento
Mientras suena la música que se pierde en los techos.

Cuando veo, al reverbero del gas que va tiñéndola,
Tu frente aureolada de un mórbido atractivo
Donde las luces últimas del sol traen a la aurora,
Y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos,

Me digo: ¡qué bella es! , ¡qué lozanía extraña!
El taraceado recuerdo, pesada y regia torre,
La corona, y su corazón, prensado como fruta,
Y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor.

¿Serás fruto que en otoño da sazonados sabores?
¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas?
¿Perfume que hace soñar en perfumes lejanísimos,
Almohadón acariciante o canastilla de flores?

Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía
Que no guardan escondido ningún precioso secreto,
Bellos estuches sin joyas, medallones sin reliquias
Más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos tuyos.

Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia,
Alegrando al corazón que huye de la verdad?
¿Qué más da tontería en ti o qué más da indiferencia?
Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza.
 

De "Cuadros Parisienses":