sábado, 9 de septiembre de 2017


ARIEL MONTOYA




Adorada



Las nubes pasan y vendrán a reemplazarlas otras. Escucho el trinar de los pájaros pintando los árboles con su aérea presencia. Por mi memoria pasan recuerdos de infancia, quizás rumores de pasos entrelazados taconeando sobre estas mismas piedras. El viento sopla, arrastrando un eco lejano de guitarra tocada al desgarre....la tarde cae lentamente, pronto los muelles del crepúsculo la ahogarán mientras tú, adorada niña apareces en medio de la calle con un manojo de trenzas echado a la espalda de tu uniforme de colegiala, engrandeciendo el paisaje. Sobreviviéndole.


De: Perfil de la Hoguera


JUAN JOSÉ MACÍAS




2



a veces el silencio de dios
construye mundos
cuando no hay mundos que callar
para desvanecerlos

así también dios habla
para descrear las cosas

y dios mismo sólo existe
cuando sabe nombrarse


De: “Deo volente”


ESTEFANÍA ANGUEYRA




Estudio sobre cuatro ciruelas



Diecisiete jóvenes
se sientan alrededor de una mesa
en la que reposan cuatro ciruelas

Todos escriben acerca de ellas
sin mirarlas

Para algunos poetas
los objetos sirven tan sólo
por su poder evocador:

¿a quién le importan
esas manchitas violetas de ahí,
tan inmóviles y opacas?

Ay, pero si fueran tres
al menos podríamos hablar
del número de Dios

Compañeros, ¡miren!
¡Acabo de morder uno de los frutos!
Ahora podrán añadirle a su poema
una metáfora sobre la carne.



HAMLET AYALA LUGO



  
He querido prolongar la escena



Esa vez que me escapé
a respirar en el jadeo eterno de la costa
hallé una cortina blanquizca
velando el espectro de ese asma.

El pecho se me llenó de brisa
en la primera inhalación
y fue como haber renacido los ojos
la luz como nunca atravesando el iris
iridiscente.

Pude navegar sólo paseando
develar el camino a zancadas
ver un sol colarse
como arponeando el aire.

Los ecos del romper invisible
de las olas fantasmas
encontraron respuesta en mi otro pulso.

He querido prolongar la escena. Desde entonces
me escapo todo el tiempo.




KARL MARX




II



Para mí, no existe fama terrenal
que viaje a través de la tierra y las naciones
para tomarnos como esclavos.
Con su lejano intento de reverberación
es indigna de tus ojos que resplandecen llenos.
Tu corazón, se caliente y se exalta
y dos profundas lágrimas brotan y caen,
escurren de tus ojos por la emoción del canto.
A lo lejos mi alma exhala alegre.
En lo profundo de la lira melodiosos suspiros
Y podría un gran maestro morir
Podría yo alcanzar la exaltada meta
Podría ganar el mejor premio,
Para aplacar en ti el gozo y el dolor.


De: “Concluyendo Sonetos a Jenny”      

MANUEL BECERRA





Grecia tiene algo que el cielo tiene a cierta hora.
Tiene algo que los cristales empañados tienen,
tal vez no sea el vaho sino la estación creciendo por los bordes
como un musgo cristalino, como una bella plaga de invierno
que hace que muchachas blancas se coloquen la bufanda,
y lleven su corazón a la llovizna.
Tal vez no sea lo basáltico de la intemperie
sino la lluvia que no cae y que le da a uno
un estado de ascenso apacible.

Ella tiene algo que también las fuentes;
no lo sé bien,
algo de esa celebración de transparencia
vino con ella,
algo de ahí, donde la claridad se desarregla para todos.
También lo dice el azogue de mirar, lo lanceolado de sus ojos.
Ella tiene algo que juega con el caos
que tal vez no sea como caer la noche
o como no poder respirar
sino que en otros lugares llueve
cuando ella descuelga su sonrisa por unos segundos en la casa.

Ella tiene algo del sur, tal vez su forma de nublarse;
algo de cementerio y de jardines,
algo de estar bajo el trueno,
tal vez sólo sea que en una mañana,
cualquiera, como ésta,
cercana al mar o a la violencia, no importa,
se ha descubierto su semejanza
con el invierno.

Ella tiene algo de esa belleza, no lo sé muy bien.