viernes, 9 de diciembre de 2016


ALEJANDRO DUQUE AMUSCO




En la rivera verde



La madrugada llega como una barca de luz
a la deriva. Emerge la ciudad
de entre los restos negros de la noche.
El rostro fatigado por la vigilia, la lectura, el pálido insomnio.
Los ojos, que han hurgado dentro del vacío y las palabras,
vagan sobre la mesa, la lámpara, los estantes borrados por la débil penumbra,
el ventanal -sus cristales empañados
por la respiración y la noche...
                                                                La calle empieza a ser
un inquietante laberinto móvil,
como lenta serpiente se retuerce bajo el brillo metálico
de las farolas.
                             Hace frío.
Se oye el viento latir por las rendijas.
Sobre los tejados, finas columnas de humo.
Nubarrones. La claridad mate del día.
                                                                               En el papel
(el libro yace abierto, abandonado) escribo:
"La aurora atraca en la ribera verde".

Todo lo que el corazón calla, ¿cómo lo diremos?

Huyó otra noche. Huyó otra noche más con su negro silencio,
con sus estrellas invisibles.


De: "Del agua, del fuego y otras purificaciones"



ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ







Te engañas, no has vivido... No basta que tus ojos
Se abran como dos fuentes de piedad, que tus manos
Se posen sobre todos los dolores humanos
Ni que tus plantas crucen por todos los abrojos.

Te engañas, no has vivido mientras tu paso incierto
Surque las lobregueces de tu interior a tientas;
Mientras en un impulso de sembrador no sientas
Fecundado tu espíritu, florecido tu huerto.

Hay que labrar tu campo, divinizar la vida,
Tener con mano firme la lámpara encendida
Sobre la eterna sombra, sobre el eterno abismo...

Y callar... mas tan hondo, con tan profunda calma,
Que absorto en la infinita soledad de ti mismo,
No escuches sino el vasto silencio de tu alma.



OLIVERIO GIRONDO





Milonga



Sobre las mesas,
botellas decapitadas de «champagne» con corbatas blancas de payaso,
baldes de níquel que trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de «cocottes»
El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso,
contradice el pelo rojo de la alfombra,
imana los pezones, los pubis y la punta de los zapatos.
Machos que se quiebran en corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros,
la jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras con las ancas nerviosas,
un poquito de espuma en las axilas y los ojos demasiado aceitados.
De pronto se oye un fracaso de cristales.
Las mesas dan un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire.
Un enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía dentro;
mientras en un oleaje de brazos y de espaldas estallan las trompadas,
como una rueda de cohetes de bengala.
Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.

VÍCTOR-JACINTO FLECHA



  
Conjunción



Cuando me tocas
-en el frescor del agua
que espeja la arboleda de la ribera del río-
zarandean los culantrillos de mi río interior


LUIS ALBERTO DE CUENCA



3. Pitonisa floral



He preguntado a las orquídeas
-dominaba el perfecto sopor del mediodía-
si tus cabellos eran sierpes
o sílabas de fuego adormecido.


De: "Scholia"


OLGA OROZCO




Esa es tu pena...



Esa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los  ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.