jueves, 1 de diciembre de 2016


ÁNGEL CRUCHAGA




Cuerpo de la mujer, claro como un sollozo...



Cuerpo de la mujer, claro como un sollozo
que fulgura en la noche de granates dormidos,
zona de la esperanza, reseda del reposo,
hacia tus brazos van trémulos los sentidos.

Cuerpo de la mujer, país de la alegría
que adivinamos con un deleite jocundo
desde tus hombros sube su marejada el día
y de ola en ola crea cada mañana el mundo.

Cuerpo de la mujer, leche y luz en las venas;
aureola del tiempo, visión de las escenas
del pasado, de hoy... tú sabes sonreír.

En ti cantan los árboles, los arroyos, las rosas.
Como el paso de un niño maravillas las cosas.
¡Y si eras como Dios no debieras morir!



CHARLES BAUDELAIRE




De Spleen e Ideal


71. Mœsta et errabunda



¿No huye el corazón, Ágata, muchas veces de ti,
Lejos del negro océano de la ciudad inmunda,
Hacia otra donde estalla, súbito, el esplendor,
Azul, profundo, claro cual la virginidad?
¿No huye el corazón, Ágata, muchas veces de ti?

¡El mar, el vasto mar, nuestras tareas consuela!
¿Qué demonio ha dotado al mar, ronco cantor,
Al que el potente órgano de los vientos secunda,
De esa función sublime de arrullar nuestros sueños?
¡El mar, el vasto mar nuestras tareas consuela!

¡Ráptame tú, fragata! ¡Arrástrame, vagón!
¡Lejos! ¡Aquí las lágrimas se han convertido en fango!
-¿No es cierto que, a menudo, el corazón de Ágata
Dice: Lejos de crímenes, de dolores y culpas,
¡Ráptame tú, fragata! ¡Arrástrame vagón!?

¡Qué lejos te hallas ya, paraíso aromático,
Donde, bajo los cielos, todo es amor y risas,
Donde lo que se ama digno es de ser amado,
Donde en puro deleite se ahoga el corazón!
¡Qué lejos te hallas ya, paraíso aromático!

Pero ese paraíso de amores juveniles,
Las carreras, los cantos, los besos y las flores,
Los violines sonando detrás de las colinas,
Con los jarros de vino, de noche, en la espesura,
-Pero ese paraíso de amores juveniles,

Paraíso inocente de furtivos placeres,
¿Está más lejos ya que la India y la China?
¿Lo podremos llamar con gritos lastimeros
Y todavía animarlo con argentina voz,
Al puro paraíso de furtivos placeres?


De: Las flores del mal

(Versiones de Antonio Martínez Sarrión)




JOSÉ LUPIÁÑEZ




Mirador umbrío



Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.


DELMIRA AGUSTINI




Inextinguibles



¡Oh tú que duermes tan hondo
que no despiertas!

Milagrosas de vivas,
milagrosas de muertas,
y por muertas y vivas
eternamente abiertas,

alguna noche en duelo
yo encuentro tus pupilas
bajo un trapo de sombra
o una blonda de luna.

Bebo en ellas la Calma
como en una laguna.

Por hondas, por calladas,
por buenas, por tranquilas
un lecho o una tumba
parece cada una.



MARÍA SANZ




Venecia



Aún la sigues soñando, y es tan plácida
como la rumorosa lejanía
donde se balancean los silencios.
Seda del mar, tapices
en fasto vespertino que provocan
ilusión prematura en los dorados,
cuando vuelven del sol a desangrarse.
El verano barroco
puede ser buena época
para un encuentro a solas con la estatua
más viril, cuyo rostro
posea la belleza del diablo.
Venecia y el amor, tu sueño húmedo
como una estancada cercanía
donde sigues hundiéndote con ellos.



RAFAEL MONTESINOS



  
Canción de mis veintiseis años

                                                         Al ganado, ¿y para qué?
                                                   Anónimo, final del siglo XV



¡Ay!, lo poco que me queda
al final lo perderé.
Y después de todo, ¿qué?
¡Con lo poco que me queda!

Dímelo tú, vida mía,
todo esto ¿para qué?
Mi tristeza, mi alegría,
mi incredulidad, mi fe,
mi pobre melancolía
por la que me salvaré.
Dímelo tú, niña mía,
que después te cambiaré
por otra niña más fría
para cambiarla después.

Me muero por que me quieran,
pero nunca lo diré.
y después de todo, ¿qué?
¿Morir para que me quieran?
¿Que me quieran? ¿Para qué?

Aquel gran amor de un día
volverá y yo no estaré,
si es que vuelve todavía.
Y después de todo, ¿qué?
¡Aquel pobre amor de un día!