"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 15 de febrero de 2022
JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS
Espectros
La
memoria echa sus cartas
en un lento ritual siempre incompleto,
como quien busca una inscripción, el árbol
donde las cicatrices están frescas;
los rostros repetibles de la gente
y el aroma verde de la lluvia,
en esta ciudad la piedra que recuerda
los hoteles y los templos,
la manía amontonadora de los escaparates,
los cafés de luz fría y bebidas tibias
donde se gastaron las palabras
sobre el arte y el amor, entre
otras bellas mentiras inmortales;
el paraíso barato de los cines,
el maquillaje cursi de las citas,
la transparencia de unos ojos
en que todavía no ha entrado el mundo
y arden con ese temblor brillante
entre el asombro y la codicia;
noches que parecen existir
antes de ser vividas
y en que una parte de nosotros muere;
noches de sangre, risa y turbias confesiones,
cuando se aprende a hablar de todo y nada
oyendo cómo pasa el tiempo
encima de la piel desnuda
y en la avenida el ruido de la gente
es mejor que la música, es el fondo
ambiguo, pardo, apurado
de cien historias de nadie
que van poblando de miseria y estrépito la noche;
callejones de carroña y bares
donde la vida es grotesca y bíblica,
donde se oficia el deseo y el sarcasmo
mientras el dolor deja un grieta
que dura más que las palabras;
azoteas muy cerca del cielo
llenas de ropa limpia, gatos y mujeres
que soñaban cosas imposibles y fumaban
pensando en su vida, su país, las dictaduras,
que oían canciones viejas, amaban con rabia
y tenían una maleta al lado de la cama;
también, con su huraño traje gris, los oficios
de la mediocridad o el hambre,
triunfos llenos de fracaso,
despachos desvencijados y desiertos,
mansiones donde nadie
ignora que la vida tiene un irrisorio precio;
inagotables veladas de un carnaval humano
menos siniestro que gracioso y, siempre
a medianoche, más cerca de la soledad que de la alegría,
rompecabezas de alcohol, deseo, disparates
y, sobre todo, quienes buscan una noche de su vida
tener algo más que un buen empleo;
madrugadas de humedad y comezón
en recámaras prestadas
cuando después del sexo el alma tiene prisa
por dormirse o, mejor, buscar un taxi
y salir a la noche de nadie, predadora,
vieja sombra que todo el tiempo nos recuerda
qué breves son los éxtasis del gozo, la fe o la juventud,
qué breves son los sueños por los que damos la vida;
calles siempre menos habitables que el amor y sus espectros,
donde pasan discretamente las historias y se acumulan
como el polvo a la orilla de las bancas,
calles que parecen descifrables a lo largo de los años,
siempre demasiado cómplices
de su reticente aroma a decadencia,
del absurdo rentable de sus hordas,
del cielo que deshace lentamente su corazón de piedra,
calles que a pesar de todo, cualquier día,
ocultan un encuentro, una puerta, un pasadizo,
una extraña inscripción como un secreto
y en donde sabemos que de alguna manera, terrible y hermosa,
aún habita ese nombre que oímos en un sueño.
CARLOS ARTURO TORRES
Espartaco
Al Sr. José Rivas Groot
¡Abandonad
el circo, gladiadores!
Cesen vuestros dolores,
Romped esa cadena que os oprime.
También las suyas romperá mañana,
Con fuerza sobrehumana,
El pensamiento, gladiador sublime.
¡Yergue
la frente que al tirano espanta,
Espartaco! Levanta,
Y en tus cadenas el puñal afila:
Conduce a Roma la potente hueste
Que, cual fuego celeste,
venga y purifica, o aniquila!
Pero,
¿qué sombra se alza en tu camino?
Es que el ciego destino
Pone a veces al genio una barrera;
¡Ay de él si por salvarla no combate!
¡Ay de él si no la abate
Y prosigue entre escombros su carrera!
Señala
Dios al genio una tarea:
Esa es su única idea.
Sólo la voz de su conciencia escucha;
Pero también, a su pesar, vacila,
Se anubla su pupila…
¡Qué solo se halla el hombre cuando lucha!
Hijo
de Graco, precursor de Bruto,
El forzoso tributo
Pagaste a un pueblo de tu sangre avaro.
¡Vivir encadenado es un tormento!
¡Ya rendiste el aliento!
En las sangrientas ondas del Silaro!
El
genio en un mortal bulle y fulgura;
Y sublime locura
Lo empuja, irresistible, hacia adelante;
Cumplida su titánica faena
Sucumbe en la arena…
¡Vil esclavo nació, muere gigante!
EDUARDO EMBRY
Cucharadita
de azúcar
Primero
es la mesa,
después el mantel,
el florero,
las flores,
los colores,
verde y rojo,
la alegría,
el privilegio
de llevarla a la boca,
una y otra vez,
sin morder
de plata sus labios,
sin besar
el metal frío
o, si lo besara,
por debilidad humana,
tierna lechuga;
redondita, como
un pedacito de lluvia
tantas veces
fue a mi boca,
pequeña
como dos aspirinas,
puntito aparte
para marcar un lugar
en la superficie del globo terráqueo,
aquí, con precisión de barítono loco,
en este castillo
a orillas del río Solent,
donde nació mi chifladura
de llevar a mi boca
una cucharadita de azúcar.
ELISE COWEN
La Dama…
La
dama es una cosa sumisa
hecha de agua y muerte.
La moda la viste con sobriedad y
usa su mente para coserle la bastilla.
CARLOS ENRIQUE SIERRA MEJÍA
Y el
verbo se hizo carne
En
el principio
El primer poeta aulló como un lobo
Después apareció la sílaba
Y en su juego laberíntico
Fueron nombradas las cosas
En
un amanecer
De un lugar sin cercanías
Donde el tiempo es materia vaga
Y no cuentan las horas
Asisto bajo el crepúsculo
A un nuevo rito
En el cual la carne se ha hecho verbo
JOSÉ PORTOGALO
Albañiles
Vigoroso
hemisferio de luz en los andamios.
Torsos que se revelan sobre la piel del aire
en toda su potencia magnífica y creadora;
anónimos perfiles que amedallan la altura
avivando el incendio del sol en las ciudades
y enfrentando la sórdida presencia de la lluvia.
Con
despaciosos giros de péndulo oscilante
sus flexibles cinturas recortan el espacio
como si al gesto torvo del día le arrancaran
calladas y maduras jornadas de trabajo.
Cuando
bajan los soles a tatuarle los ojos
sus voces suman cantos al pentagrama rudo
del esfuerzo, que es música matinal y sonora,
como el repiqueteo de campanas festivas
arqueadas entre el puño de un dominio de sombras.
En
los pliegues sinuosos de los linos del alba
ellos son como abejas laboriosas y humildes
libando el polen fresco de las nubes rizadas.
Los
inviernos les curten la piel como a la tierra
el castigo filoso del atado y las lluvias;
en tanto que sus manos, arañas silenciosas,
empinan la alegría de los rojos ladrillos
y se abultan de duras prominencias callosas.
Vigoroso
hemisferio de luz en los andamios;
exaltación soberbia del esfuerzo fecundo
del músculo que pulsa las alturas desiertas
donde sólo pájaros desbarbando los vientos
logran mojar sus picos con humedad de estrellas.
¡Humedad que madruga en parvas de rocío
sobre el labio entreabierto de la flor, y la hierba!
Albañiles,
dedales de una labor anónima.
En
vuestras manos ásperas se construyen los negros
y altísimos custodios que enlutecen la tierra
con sus graves sentencias de agresivo entrecejo.
Ah,
y sobre los tablones que auscultan el espacio
vuestro ímpetu es diamante que resplandece al sol
tal la brasa encendida de la cresta de un gallo.
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