viernes, 3 de enero de 2020


RAQUEL VÁZQUEZ





Hiroshima



El tiempo en Hiroshima avanza en bicicleta.
Cíclicamente en los parques florecen
rosas y rayos gamma.
Un niño pedalea a lo largo del Ōta
con barba encanecida.
Otro juega al balón, no teme aún al cielo.
Una anciana recuerda la seda del yukata
derramada en las manos de su madre.
Febrilmente una joven hace el cómputo
de camisas radiactivas, palomas
blancas ante su ingreso por primera
vez en un hospital.
Un peatón se detiene.
Está azul el semáforo. Entrecierra
los ojos para ver, cree ver. Avanza.
Cruza un pájaro la rueda del sol
sin saber de los tarde.
Sin saber del dolor o de los nunca.
La bomba atómica sigue cayendo.
Sólo vemos la luz,
no cómo nos quemamos.


CARLOS VILLALOBOS





Diana



No.
No fue la primera oscuridad de Dios.
No fue la herida que llamó a la muerte.

Diana fue la primera luz de los profetas,
la primera sed que da la sal cuando amanece.

No fue fácil esconder la sangre de mujer en los silencios.
No fue fácil negarle el deseo al labio de la piedra.

Lucifer, su hermano, lo supo demasiado tarde.
Quiso matarla con las misas de la culpa,
pero Diana fue siempre más astuta.

Ahora ella es el ojo de un felino,
el caldo de las ollas,
y la yema de las llamas.

Es ella la que corta yerbas para amar.
Es ella la que sube por los montes en busca de la llaga.

Los hombres que cortejan a la muerte la buscan para hacerla suya,
pero Diana es siempre más astuta.

Los curas de los templos ebrios
la buscan con los perros más borrachos.
Pero Diana es siempre más astuta.

De su lengua de partera es hija Aradia.

La niña también sabe cocinar
las uñas de la noche,

también sabe vestirse de sueño
cuando llegan los que duermen.

Madre e hija son la misma abeja
y el mismo hilo de las ruecas.

Son las hojas de un árbol que lo sabe todo:

El evangelio de las brujas.



KRIS VALLEJO





Aquí donde vivo



Puntos negros en el cielo

Cielo ahogado, viejo, incendiado

Una vasta incertidumbre
que salpica de cuando en cuando gotas de fe

Solo la fe lo convierte en cielo
aún cuando se arremolina el nubarrón
que amenaza con destruir
todo lo que será:
promesa de mañanas templadas
al filo de oraciones a un Dios de madera y cal

Paraíso e infierno a la vez este cielo
Pero aquí vivo, me levanto abriendo ventanas al paisaje lejano
la respiración pedregosa del comienzo del día

Aquí me alimento, bajo este cielo
de rocío ácido y palabras nuevas
mercados estruendosos y adoquines resentidos

Aquí parí al tigre que ahora duerme bajo mi cama


MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO





Jardín entre las hojas



Cualquier signo sirve para reposar la vista

                              una corbata
                              un perro
                              la bóveda de un templo en Bratislava

De mi alma a los ojos las latitudes mueren
para que vos usurpes
la luz del escenario.

Subo un puente de piedra que atraviesa el Danubio.
Con los ojos cerrados
cada peldaño
equivale a un lunar tuyo.
Repaso tu silueta y cruzo
al otro lado.

                                                 El sentido de la ausencia
                                                  es someter a la ausencia
                                                  nuestros propios sentidos.

Esqueletos de flores se bañan en la espuma
y acaricio por ellas
un bosque solitario.  

                                              En cada cuarto, en cada espejo
                                              localizo la pieza que me falta.

Estás tatuado a mí como los árboles
que ocultan un jardín
entre las hojas.





MARIA MERCÈ MARÇAL





Quién me dicta las palabras cuando te hablo



¿Quién me dicta las palabras cuando te hablo?
¿Quién me incrusta de gestos y muecas?
¿Quién me habla y actúa por mí? Es la impostora.
Me habitaba sin que yo lo supiera
hasta que llegaste. Entonces surgió
de no sé qué desván, como una sombra,
y me posee como un amante tiránico
y me mueve como el títere de una feria.
Y a menudo, en el espejo, la veo a Ella
rescatada de no sé qué ceniza.
No le hagas caso alguno cuando Ella te habla,
aunque me usurpe voz y rostro.
Y si te atranca la puerta de salida
con su cuerpo amoroso y brutal
debes matarla sin pesar.
Hazlo por mí también y en mi nombre:
Yo la llevo muy dentro de mí y no sabría
detenerme en el umbral del suicidio.


Versión de Marta Noguer Ferrer y Carlos Guzmán Moncada


DULCE MARÍA LOYNAZ


  


Creación



Y primero era el agua:
un agua ronca,
sin respirar de peces, sin orillas
que la apretaran...
Era el agua primero,
sobre un mundo naciendo de la mano de Dios...
Era el agua...
Todavía
la tierra no asomaba entre las olas,
todavía la tierra
sólo era un fango blando y tembloroso...
No había flor de lunas ni racimos
de islas... En el vientre
del agua joven se gestaban continentes...
¡Amanecer del mundo, despertar
del mundo!
¡Qué apagar de fuegos últimos¡
¡Qué mar en llamas bajo el cielo negro¡
Era primero el agua.