viernes, 29 de enero de 2016


ELA CUAVAS




Cartas de Mandela desde la isla de Robben



I

Esta noche he recordado los días de mi infancia.
Fueron días felices los días en Qunu; la brisa que jugaba en la copa de los árboles acariciaba mi cara  y yo empezaba a soñar: una gran fiesta tenía lugar en la pradera, todo cobraba vida en ese momento, las piedras y el agua cantaban con esa melodía triste que caracteriza a los negros de África.
Cuando despertaba, todas mis ovejas habían escapado, yo corría tras ellas con toda la fuerza que me permitían mis cinco años.
Antes de la llegada del hombre blanco, todos los hombres eran libres.


II

La rutina en Robben empieza a las cinco y treinta; parece un desfile de muertos la caminata hasta el comedor; después del desayuno salimos al patio a trabajar; la piedra de hoy es mucho más grande que la de ayer, la palpo suavemente y le hablo en silencio. Cuando el sol se quiera ocultar, esta dura piedra será polvo.
El corazón de algunos hombres es duro como la piedra.
¿Cuánto tiempo más me espera aquí? No lo sé. Será hasta que la piedra escuche mi voz y se desmorone sin golpes.


III

Cuánto angustia al corazón del hombre no poder besar los labios que ama y que también lo desean. Ese día de tu visita Winnie, me sentí más impotente que un pájaro de hielo.
El cuerpo de un hombre puede ser amordazado, humillado, vendido hasta la usura, pero sus ideas y sus deseos quedarán intactos. Si muero en esta celda, mis palabras florecerán en otros labios.
Ahora estoy dispuesto a morir.




VIOLETA OROZCO

  


Ventana abierta



La ronda de la lenta onda
destila su amielada salvia
el viento del otoño tibio
busca su templo en la ronca magia
y el bajo de la sombra se maquilla
para parecer profundo a pesar de su furia.
La noche se estira entera
para parecer más larga
para ser suave marea
el tiempo recrea la danza
de la primavera.
En la ciudad abierta
florecen las luces del alba
a la angustia y a la espera
a la muerte y al deseo
a las flores de cemento
a la altura, el aislamiento
de las noches sin voz ni cimiento
a los vacuos departamentos
esperando un habitante, un momento
de constancia en los patios desiertos
de relleno en los cuencos sin lluvia
o de luna en los charcos repletos.




MIGUEL FLORIANO TRASEIRA




[A todos los que aquí se han acercado]



A todos los que aquí se han acercado
—ya fuese por fortuna o por empeño—
sean perfectamente bienvenidos
a esta estrecha danza de sílabas.

Les ruego, antes que nada,
no busquen aquí consuelo alguno
que agriete el silencio de la pérdida:

aquí
no permanece el tacto púrpura
del beso que les falta.

Y sepan que también es necesario
entender que en cada gesto hay un secreto,
y que la noche es siempre afable, antojadiza,
y cuando ya no están mirando

el ritmo confisca el movimiento
de la sangre y les sumerge
en su armoniosa intimidad.

Todos hemos perdido alguna vez
el mar en una lágrima. Bienvenidos
sean todos, pues,

a nuestro gran baile de pétalos.


De: Diablos y virtudes



HÉCTOR DE PAZ

  


Se ha dicho:


la música de la vida
corre el riesgo
de perderse
en la música de la voz
callado permanezco
cierro los ojos
busco el éxtasis
la sonrisa imperceptible
de la criatura que sueña
en silencio.


De: Pondrás tu boca en el polvo



MOISÉS VEGA




Ciudad de México 2020

A Yaxkin Melchy



Da miedo abrir los ojos
en este lecho de virgen afrentada
y ya sin órbita
dan miedo sus voces al doblar la esquina
su muñón de asfalto
sus pedazos de muerte aún vivos


Dan miedo sus quinces de septiembre
su patria de zopilotes en corbata
de motores como ovnis
por distintas direcciones
hacia el mismo destino
baldíos
chulos
padrotes
imágenes leprosas del alba

Da miedo abrir los ojos
en su colchón de cisne ya sin cuello
da miedo hasta la médula
su lengua lúbrica y amantísima
nos vuelva espectros
niños entre adultos sin memoria


Verdaderamente da miedo insisto
que pasen sus hampones
con los ojos llenos de luciérnagas
que de repente pueda verse
a mitad del crimen
un dedo luminoso
y que entonces surjan continentes



CARMEN INÉS PERDOMO




Hojarasca



Deshojado el otoño a espaldas del tiempo
colosos esperan la hora del guerrero;
en sus trémulas manos descansan los reinos
y sus áridos cuerpos son refugios de alas.


El camino hacia la aurora es un deseo amargo,
cuando potros sin riendas se desbocan en penumbra.

El miedo castiga los vastos dominios
del viento en las hojas ya muertas.

En orlas agitan los mantos de antaño
que esconden su canto en los límpidos lagos.

Tras la ausencia, quedan unas lánguidas huellas.

¿Acaso un desplomarse del tiempo sobre el fuego
que escapa.?

Entre arias de lluvias duermen los astros.


De: Silencio en Llamas