"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 27 de julio de 2022
BIANCAMARIA FRABOTTA
Los
signos del cielo
(Georg.
I,487-8)
I
Era
ella la arbórea reina
el
gigante de la fiesta
su
atenuado tambor.
Gran
planta inconciliable
radicada
detrás
de
una áspera cordillera
consejera
de la media luna
de
cualquier mayo feliz
en
sus improvisados refugios
creciendo
al par de los otros
en
el general murmullo
de
sus larvas apenas entonadas.
Dicen
que después de cincuenta años
en
medio de las pequeñas hojas encrestadas
se
anudarán sus primeras bellotas.
HILDA CONKLING
Para
ti, Madre
Tengo
un sueño para ti, Madre,
como
un suave y grueso fleco que esconde tus ojos.
Tengo
una sorpresa para ti, Madre,
moldeada
como una extraña mariposa.
He
encontrado una manera de pensar
en
hacerte feliz;
he
compuesto una canción y un poema,
los
dos en uno.
Si
canto, me escuchas;
si
pienso, tú ya lo sabes.
Tengo
un secreto de todos en este mundo lleno de personas
pero
no puedo recordar qué es;
es
una canción
para
ti, Madre,
con
un rizo de nube y una pluma azul
y la
neblina
corriendo
junto al cielo.
¿Si
alguna vez la canto, con mi voz,
te
haría feliz?
Versión
de Adalberto García López
JULIO BARRENECHEA
Columpios
Columpios
con niños al atardecer.
Al cielo lo aleja y acerca el vaivén.
Rama
del columpio nerviosa y jovial.
Los niños se cimbran de modo frutal.
Los
cordeles tocan el azul final.
Los niños regresan de la inmensidad.
Hay
un aire tenso, cerros sin andar,
árboles parados, agua sin variar.
Los
niños le prestan su fuerza infantil,
y todo el paisaje se pone a vivir.
Aire,
cerros, árboles, agua sin variar,
merced al columpio se dan a bailar.
Todo
lo que inmóvil parecía estar
dentro de mí juega como un malabar.
Y yo
sin moverme me dejo mecer,
en este columpio del atardecer.
JOSÉ MANUEL OTHÓN
A
través de la lluvia
Llueve.
Del sol glorioso
los rayos fulgurantes
refléjanse en el agua,
cual sobre níveo tul.
Topacios
encendidos
y diáfanos brillantes
desfilan temblorosos,
rayando el cielo azul.
El
oro de la tarde,
bañado por la lluvia,
inunda todo el éter
espléndido y triunfal;
sacude sobre el campo
su cabellera rubia
para empaparlo en gotas
de fúlgido cristal.
La
aldea allá a lo lejos,
detrás del sembradío,
del impalpable velo
que cúbrela, a través,
su blanca torre muestra
su alegre caserío,
enamorada siempre
del aire montañés.
Se
escapan del ardiente
fogón de los jacales
penachos criniformes
de cándido algodón,
que luego desmenuzan
los vientos boreales,
prendiéndolos al pico
más alto del peñón.
Agita
gravemente
sobre la verde falda
sus cien robustos brazos
el índico nopal,
que siente coronarse
sus pencas de esmeralda
por tunas cremesinas
de grana y de coral.
Para
pintar las cumbres
el sol, divino artista,
aglomeró colores
de audaz entonación:
azul de lapislázuli,
violáceo de amatista
y rojo flameante
de ardiente bermellón.
La
lluvia, que gotea
en perlas virginales,
enciende más los vivos
matices de la luz;
el sepia en los troncones,
el flavo en los jacales
y el glauco en la colgante
melena del sauz.
Son
carne las canteras,
las lajas obsidiana,
es mármol y alabastro
la aguja del crestón,
y son gigantes bloques
de tersa porcelana
los riscos de la sierra
que descuajó el turbión.
La
tarde va cayendo,
y aún llueve. Ya reclina
el sol en la montaña
su coruscante sien;
con ópalos y perlas
esmalta la colina,
irisa los picachos
con ópalos también.
El
iris, sobre el cielo
que el sol poniente dora,
estalla en luminosa
policroma explosión;
de rosa y amarillo
las cúspides colora
y canta en el espacio
la universal canción.
Tendido
tras la sierra,
cruzado por las gotas
de la sonante lluvia
que cae sin cesar,
es una lira etérea
de cristalinas notas
que se oye con los vientos
unísona vibrar.
Aún
llueve. El sol oculta
su agonizante disco,
dejando un horizonte
perlino y flor de lis.
Se van desvaneciendo
la cúpula, y el risco,
y el sauce, sobre un vago
y enorme fondo gris.
A
los arroyos mansos
el agua pura y fresca
desciende borbollante
del limpio manantial;
se quiebra con las gotas
que en danza hechiceresca
palpitan, bullen, saltan
sobre el azul cristal.
Y en
torno del pantano
que a poco se ennegrece,
bajo la red hojosa
que el saucedal tejió,
el fuego fatuo corre,
fulgura, palidece,
travieso duendecillo
que el fósforo engendró.
¡Oh
lluvia alegre y buena!
Tras tu fulgente velo,
ebria de luz y vida,
ve el alma aparecer
el aire alborozado,
y esplendoroso el cielo,
y el campo rebosante
de amor y de placer.
Y
puede, tras tus gasas
flotantes y ligeras,
mirar, allá a lo lejos,
el labrador feliz,
cubiertas las campiñas
de blondas sementeras,
repletos los graneros
de trigo y de maíz.
¡Oh
lluvia, no decrezcas!,
fecunda las simientes
que bajo el hondo surco
ya germinando están;
que son tus diminutos
aljófares lucientes
para los campos, gloria;
para los pobres, pan.
MARÍA VICTORIA ATENCIA
Rosa
En
el joyero Tiffany′s se marchita una joven
rosa
de Jericó.
Solo
al costado mismo de la muerte comienzan
su
plenitud las rosas
tras
la ruptura última del quicio de la sed.
YANG LIAN
5
En la lluvia: El jardín de senderos que jamás se bifurcan¹
(Un
poema de despedida)
Las
gotas de lluvia son en nombre de
pero
el destino del nombre
está
en cada pequeño corazón deshecho
empapado
ya incapaz de llorar
como
lo verde colgó por todas partes sus ornadas
cortinas
brillante
refracción
opacidad
brillante
como
la despedida siempre antes del
primer encuentro
Las
cornisas volantes esperan aquí
te
miran esposadas a las miles de veces que caíste
Nos
caímos la bruma y la
lluvia
una
forma ondula dentro de la otra
que
baja a lo largo de las cornisas volantes
En
vano una aguja torcida zurce las piezas rotas
un
ancla arrojada en la carne como
la punta de un pico
que
escarba
más aún más extraños recuerdos
El
camino de todos es un infinito
fin
ojos llenos de olas otoñales
que
miran a una distancia apenas discernida
cuatro
pistas se escurren hacia cuatro muros ruinosos
El
primer poema el último escrito
el
destino cuelga cada palabra y aúlla lejos
tú
vas orilla de lago
color de sauce
cada paso
suprimido
se convierte ahora
en
sonido de lluvia que se filtra
un jardín un cuerpo
mirador
de lo creado
Palabras
entre sí derivadas más allá de las
palabras
vallas
brillantes demolidas mientras se construyen
Tú
con tu talento vitalicio de capturar
un
pabellón de lluvia brumosa con parásitos
un
pabellón de lluvia brumosa con espinas de pescado
El
manuscrito original del agua desafía la revisión
posesión
en común una forma intangible
una
pieza de mármol rosa²
empujada
hasta el fondo del mar como los
moldes para hacer el amor
que
sin embargo despojan al punto donde no queda nada
El
pabellón de la lluvia brumosa de todos
solo
y envuelto en amor
escucha
un corazón que podrían volverse blanco después de morir³
Un
poema que pasa fluye hacia las ruinas
Es
en realidad verdadero
Las
casas se doblaron encima y debajo del agua
Este
poema es para ti el infinito
que
sueña tu infinitud brillando intensamente en las
cornisas volantes
tu
párpado en la lluvia brumosa tu
rostro línea de labios
un
rayo de color dorado en préstamo
Adiós
enterrada en tu propia carne y
sangre
forma
del jardín destruido una vez en
cada esquina
sacrificado
una vez con todo nombre
Contempla
que nunca has dejado la dolorosa
belleza de la contemplación
a lo largo de las cornisas que te acercan al ascender
De:
“Las cornisas volantes del Pabellón de los Cuatro Puentes de la Lluvia Brumosa”
Versión
de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez
1.- Se
refiere a la narración homónima del poeta argentino Jorge Luis Borges.
2.- Se
refiere a la ciudad italiana de Verona donde surgió la historia de Romeo y
Julieta.
3.-
Se refiere al corazón preservado del gran compositor polaco Chopin.
