sábado, 22 de febrero de 2014

TOMÁS SEGOVIA


  
Por qué no

  
Se desplomó en la cama
(Y una sal de Sahara la azotó silenciosa
Porque vivir es un espanto tan obtuso)
Afuera clareaba
(Y el corazón con nubes llovió hielo en sus venas
Porque la vida es una fiera tan glotona
Que en pleno vuelo le devora las tripas al deseo)
La agrura del alcohol mordiendo agonizaba
(Y el algodón helado y negro de las somras
Le chupó el calor de sus sangre
Porque hasta el amor mismo es venenoso)
Su lengua era un erial roído de tabaco
(Y resbaló a sus pies su túnica de avispas
Porque en la vida no hay lugar para la vida)
Se tragó sus sollozos
(Y sus ojos inmóviles se despeñaban
Porque no encontraremos nunca a nadie
En los desfiladeros desolados del alma)
Tendió un brazo hacia el frasco
(Y su entraña era una lenta catarata
Cayendo sin cesar al fondo del vacío
Porque andar por el mundo es ir por una gruta
De emparedados ojos demenciales)
Masticó las pastillas pedregosas
(Y una mano de ausencia con los dedos abiertos
Se abrió paso por ella
Y dejó entrar por su mitad sedienta
Un caudal de paz negra
Un gran río triunfante de desastre.
Porque estamos tan solos
Porque no hay en qué manos
Poner nuestro recaudo de andrajos sensitivos
De charcos cavernosos donde danza un reflejo
Porque no hay quien nos saque a la ribera
Porque no hay nada no hay nada que hacer).



LEOPOLDO MARÍA PANERO





El lamento de José de Arimatea



No soporto la voz humana,
mujer, tapa los gritos del
mercado y que no vuelva
a nosotros la memoria del
hijo que nació de tu vientre.

No hay más corona de
espinas que los recuerdos
que se clavan en la carne
y hacen aullar como
aullaban
en el Gólgota los dos ladrones.
Mujer,
no te arrodilles más ante
tu hijo muerto.
Bésame en los labios
como nunca hiciste
y olvida el nombre
maldito de
Jesucristo.

Así arderá tu cuerpo
y del Sabbath quedará
tan sólo una lágrima
y tu aullido.



GUILLERMO CARNERO




Palabras de Tersites



Esa carcasa ocre es Helena, la gracia de la nuca
aureolada de cabellos lúcidos.
Los que la amaron son inmortales ahí, en la tierra inverniza,
o bien envejecieron con una pierna rota
dislocada para mendigar unos vasos de vino-
y yo, el giboso, el patizambo, me acuerdo algunas veces
de la altivez biliosa de los jefes aqueos
considerando la pertinencia del combate,
inspiración segura de algún poema heroico
cantor de esta campaña y su cuerpo de diosa:
polvo para quien no la amó, sus versos humo.

Es la decrepitud lo que enciende esta guerra.


CLAUDIO RODRÍGUEZ




Adiós 



Cualquier cosa valiera por mi vida
esta tarde. Cualquier cosa pequeña
si alguna hay. Martirio me es el ruido
sereno, sin escrúpulos, sin vuelta
de tu zapato bajo. ¿Qué victorias
busca el que ama? ¿Por qué son tan derechas
estas calles? Ni miro atrás ni puedo
perderte ya de vista. Esta es la tierra
  del escarmiento: hasta los amigos
dan mala información. Mi boca besa
lo que muere, y lo acepta. Y la piel misma
del labio es la del viento. Adiós. Es útil
norma este suceso, dicen. Queda
tú con las cosas nuestras, tú, que puedes,
que yo me iré donde la noche quiera.



VICENTE MOLINA FOIX




Amante que escapa



He oído los cascos de un caballo
temblar en la colina.
No he hecho nada.

He comido raíces y el fruto de las bayas
que crecen sin provecho
entre las calaveras.
No me ha ocurrido nada.

He tocado la estela de tu cuerpo.
He visto nuestras cartas húmedas y arrugadas.
He pasado la lengua por los labios
que sólo a mí me cierras.
No he sentido nada.

Publicado en la antología “Del goce y de la dicha”


PILAR ADÓN




Alimento



Yo… Lo sé. Tengo ese miserable aspecto
del que va demandando cariño por las puertas.
“Quiéreme un poco. Quiéreme un poco…”
Los ojos nostálgicos hacia el coche que se aleja
y la espalda estrecha que se detiene por última vez para decir adiós.

Yo… Lo sé. Persigo la mirada comprensiva de todas las madres
y a veces las manos grandes de cada padre.
El susurro al teléfono que me diga: “todo está bien”
mientras la niña del pañuelo negro gira y gira
esperando la llegada del sosiego.
El apaciguamiento de la marea oscura que sube.
Y sube a la boca desde el alma que se creía ya aliviada
pero que no. Porque el alma, aunque se suponga el éxito sobre ella,
cuando es dolorosa y cuando tiene la tez de la angustia,
sobrevive.

Yo… Lo sé. Me estoy ahogando y no entiendo nada.
Dejé que tomara mi mano y me arrastrara hasta la orilla.
“Vas a ver un milagro”, me dijo.
Y la niña de los zapatos negros con lacito
me miraba a la cara y me mostraba sus dientes de conejito.
“Perdón. Perdón. Perdón.” Parecía suplicar. “Yo no fui. No fui yo…”

Yo… Ahora cuento las varillas azules que se insertan
en aquel jarrón transparente y me pregunto:
(uno, dos tres…)
¿Por qué lo haces?
(cuatro…)