"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 7 de mayo de 2016
JOSÉ MARTÍ
Yo
puedo hacer...
Yo puedo hacer, puedo hacer
De
esta-desdicha una joya;
iPero
me la habrán de ver!-
No,
vive Dios: ipaso atrás!
Mi
pena es mi hija: imi hija
No me
la han de ver jamás!
Son
cómicos del dolor,
Son
llorones de su entierro,
Son
mercaderes de amor,
Son
indignos de placer
De
sufrir y de querer
Los
que enseñan y venden
En
libros y salas
Su
goce o dolor.
(A los poetas a lo Grilo.)
JAVIER GALARZA
Estación
Abril
detenido
destila
sombra
en
los cristales
La
sombra
de la
vigilia
extiende
los
candiles.
Luz
de
tus señas
cifra
los signos
de la
noche.
ALI CHUMACERO
Realidad y sueño
Náufrago de mi propio sueño,
como si transportara en la flor de los labios
el silencio desnudo,
más que la sangre muda de hospital
muerta en el abandono;
con la tristeza del que viaja
por un aire sin viaje,
reducido al silencio
bajo un olor de rosa no pensada,
cuando el jardín no sabe
si la flor es un sueño
o la esperanza presentida;
fijo en mis latitudes
con el límite sueño entre las manos,
en su cauce la sangre detenida
y el temor de que llegue hasta mi tacto
la presión más efímera
o la más fina flor ya derribada;
límite y carne, sueño ilimitado
bajo la sábana, tan blanca,
por la que corre sangre
como la vena rota
en la piel de una virgen;
amigo de mí mismo
igual al hombre que presiente
la altura de su sombra
a la hora del último camino,
cara al ángel que viaja hacia mi encuentro
con la blancura íntima del niño aún no nacido,
me recuesto en mis venas
doloroso y sediento, sin mis nervios
ni el recuerdo inicial,
aquel primer encuentro con la muerte
tan clara, pura y sombra.
Siento que un mar lejano,
hundido como puerto bajo niebla,
hasta mí llega, cuando poso mi mano ávida
sobre el temor de mi sombría piel,
igual que un río inmóvil camina por los campos,
y de la sombra de mi aliento,
lento y desnudo, fiel a mi destino,
con mi sangre en el hielo,
más fría que la estatua bajo el agua,
con el frío en las manos
y la desnuda voz enmudecida,
hacia mi sombra vuelvo,
retorno a mi naufragio.
Náufrago de mi propio sueño,
como si transportara en la flor de los labios
el silencio desnudo,
más que la sangre muda de hospital
muerta en el abandono;
con la tristeza del que viaja
por un aire sin viaje,
reducido al silencio
bajo un olor de rosa no pensada,
cuando el jardín no sabe
si la flor es un sueño
o la esperanza presentida;
fijo en mis latitudes
con el límite sueño entre las manos,
en su cauce la sangre detenida
y el temor de que llegue hasta mi tacto
la presión más efímera
o la más fina flor ya derribada;
límite y carne, sueño ilimitado
bajo la sábana, tan blanca,
por la que corre sangre
como la vena rota
en la piel de una virgen;
amigo de mí mismo
igual al hombre que presiente
la altura de su sombra
a la hora del último camino,
cara al ángel que viaja hacia mi encuentro
con la blancura íntima del niño aún no nacido,
me recuesto en mis venas
doloroso y sediento, sin mis nervios
ni el recuerdo inicial,
aquel primer encuentro con la muerte
tan clara, pura y sombra.
Siento que un mar lejano,
hundido como puerto bajo niebla,
hasta mí llega, cuando poso mi mano ávida
sobre el temor de mi sombría piel,
igual que un río inmóvil camina por los campos,
y de la sombra de mi aliento,
lento y desnudo, fiel a mi destino,
con mi sangre en el hielo,
más fría que la estatua bajo el agua,
con el frío en las manos
y la desnuda voz enmudecida,
hacia mi sombra vuelvo,
retorno a mi naufragio.
AMANTE ELEDÍN
La
montaña
La
montaña crece enamorada.
Se ha enamorado de los ojos amantes
Y no los deja perdidos como bolitas de cristal.
Se los prende en su pecho;
Los abraza y les pone sus colores.
Se ha enamorado de los ojos amantes
Y no los deja perdidos como bolitas de cristal.
Se los prende en su pecho;
Los abraza y les pone sus colores.
La
montaña crece con la fuerza de los ojos.
Mientras más la miran mis ojos, más crece,
Entonces más anchas se hacen mis pupilas.
Aquellos ojos que no ven la roca ni la dejan entrar
No aman los misterios del cielo.
Aquellos ojos que no vuelan a sus alturas, nada anidan.
Todo sube a lo celeste.
¿A quién lo le crecen alas en la cima de los Andes?
Mientras más la miran mis ojos, más crece,
Entonces más anchas se hacen mis pupilas.
Aquellos ojos que no ven la roca ni la dejan entrar
No aman los misterios del cielo.
Aquellos ojos que no vuelan a sus alturas, nada anidan.
Todo sube a lo celeste.
¿A quién lo le crecen alas en la cima de los Andes?
La
montaña sube por mis ojos,
Como una enredadera envuelve mis espinas
Y las convierte en un jardín.
El que no ama el aparente movimiento
El sueño de las piedras, la fuerza de la roca;
El agua subterránea, las raíces invisibles
No puede florecer.
El que no sabe amar,
No tendrá nunca una montaña en sus ojos.-
Como una enredadera envuelve mis espinas
Y las convierte en un jardín.
El que no ama el aparente movimiento
El sueño de las piedras, la fuerza de la roca;
El agua subterránea, las raíces invisibles
No puede florecer.
El que no sabe amar,
No tendrá nunca una montaña en sus ojos.-
BLANCA SANDINO
Clausuras
interiores
Yo
soñaba, despacio, geografías;
soñaba accidentes, el curso de los ríos,
acantilados, océanos, caminos,
y mares, y montañas; y mapas, y fronteras.
Comprometí, compuse senderos de ti -perfectos-.
Atrás habían quedado los templos interiores,
las catacumbas, el pan, el vino, el agua, las especias;
y del recuerdo, resguardaba mi espalda la última clausura de la luna.
Todo era mío: te soñaba; y acomodada en el vértigo,
dibujaba -perfectos- la espina, el pájaro, la rama.
Te soñaba. Despacio. Con los brazos abiertos como alas;
y recreándose, mimaba mi voz tu voz en cada sílaba:
baldío fue acurrucar el alma en la palabra,
baldío retenerte en el escorzo en vuelo de tu nombre,
y baldío escribirlo en el agua.
Baldío; sin riendas, sin dueño: un temblor,
un reflejo, el grito -murmurado bajito-
otra vez; otro nombre; y lo supe.
Mi tren, dragón devorador de inocentes princesas,
resoplaba en la vía
-«nunca digas adiós, da mala suerte»-
y el horizonte tiñéndome los ojos,
y allí, en el meandro de la memoria donde se ensancha el río,
el beso de la pluma,
del tacto,
del papel,
y del lápiz con el que escribo esta nota sin un adiós al fondo,
trastocaba mi tristeza en ternura;
en tus manos -colibrí o paloma, espina, rama- un poema;
y en las mías, con un sello, la hoja emborronada, y un destino ilegible;
como resucitar recuerdos tan sólo por el gusto de volver a enterrarlos
o como haber nacido con la piel vieja ya, y herida de muerte el alma.
soñaba accidentes, el curso de los ríos,
acantilados, océanos, caminos,
y mares, y montañas; y mapas, y fronteras.
Comprometí, compuse senderos de ti -perfectos-.
Atrás habían quedado los templos interiores,
las catacumbas, el pan, el vino, el agua, las especias;
y del recuerdo, resguardaba mi espalda la última clausura de la luna.
Todo era mío: te soñaba; y acomodada en el vértigo,
dibujaba -perfectos- la espina, el pájaro, la rama.
Te soñaba. Despacio. Con los brazos abiertos como alas;
y recreándose, mimaba mi voz tu voz en cada sílaba:
baldío fue acurrucar el alma en la palabra,
baldío retenerte en el escorzo en vuelo de tu nombre,
y baldío escribirlo en el agua.
Baldío; sin riendas, sin dueño: un temblor,
un reflejo, el grito -murmurado bajito-
otra vez; otro nombre; y lo supe.
Mi tren, dragón devorador de inocentes princesas,
resoplaba en la vía
-«nunca digas adiós, da mala suerte»-
y el horizonte tiñéndome los ojos,
y allí, en el meandro de la memoria donde se ensancha el río,
el beso de la pluma,
del tacto,
del papel,
y del lápiz con el que escribo esta nota sin un adiós al fondo,
trastocaba mi tristeza en ternura;
en tus manos -colibrí o paloma, espina, rama- un poema;
y en las mías, con un sello, la hoja emborronada, y un destino ilegible;
como resucitar recuerdos tan sólo por el gusto de volver a enterrarlos
o como haber nacido con la piel vieja ya, y herida de muerte el alma.
FRIEDRICH HÖLDERLIN
Canto del destino de Hiperión
Vagáis arriba en la luz,
en blando suelo, ¡genios felices!
brisas de Dios, radiantes,
suaves os rozan
como los dedos de la artista
las cuerdas santas.
Sin sino, como infantes
que duermen, respiran los dioses;
resplandecen
en casto capullo guardados
sus espíritus
eternamente.
Y en sus ojos beatos
brilla tranquilo
fulgor perpetuo.
Mas no nos es dado
en sitio alguno posar.
Vacilan y caen
los hombres sufrientes,
ciegos, de una
hora en la otra,
como aguas de roca
en roca lanzados,
eternamente, hacia lo incierto.
Versión de Otto de Greiff
Vagáis arriba en la luz,
en blando suelo, ¡genios felices!
brisas de Dios, radiantes,
suaves os rozan
como los dedos de la artista
las cuerdas santas.
Sin sino, como infantes
que duermen, respiran los dioses;
resplandecen
en casto capullo guardados
sus espíritus
eternamente.
Y en sus ojos beatos
brilla tranquilo
fulgor perpetuo.
Mas no nos es dado
en sitio alguno posar.
Vacilan y caen
los hombres sufrientes,
ciegos, de una
hora en la otra,
como aguas de roca
en roca lanzados,
eternamente, hacia lo incierto.
Versión de Otto de Greiff
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